Otra forma de interpretar el paso de los años: lo que era prohibitivo y dejó de serlo.
Como con las faldas por encima de la rodilla, como con determinados cortes de cabello en hombres, una cláusula de rescisión de contrato de más de 100 millones de euros solía ser vista como algo prohibitivo: mero número para disuadir a todo interesado, cifra abultada para cumplir con la formalidad sin exponerse a perder al futbolista, renglón traducible como “no en venta” o “no negociable”.
Eso pensaba el Barcelona al renovar a Neymar unos meses atrás y cifrar su salida en 222 millones de euros, eso pensó también en el año 2000 con los 60 millones obligados para que uno de sus capitanes, Luis Figo, se pudiera marchar sin dar explicaciones. En los dos casos, cuando despertó era sólo a la pesadilla de la realidad: sus cálculos habían fallado, lo impagable ya había dejado de serlo.
Poco antes del affaire Figo, el Betis rompió el récord del fichaje más caro de la historia al comprar a Denilson por 30 millones de euros. En su presentación, el estridente dueño bético, Manuel Ruiz de Lopera, gritó hinchado de vanagloria: “si quieren llevárselo van a tener que cerrar un banco”. La cláusula de rescisión de Denilson era de algo más de 300 millones de euros, número que visto a veinte años de distancia ya no parece tan descomunal –o no, si Denilson se hubiera convertido, como muchos apuntaban, en el Pelé de su generación, algo que estuvo a años luz de acontecer.
En un fútbol cada vez más sufragado por jeques y oligarcas, la principal barrera para llevarse a un crack ya no es el monto, sino dos factores más complejos: primero, convencer al astro de la conveniencia de un cambio (lo cual se consigue multiplicando su sueldo y ofreciéndole un gran proyecto); segundo, el fairplay financiero impuesto por la UEFA, especie de candado ante equipos nuevos ricos: por benefactor que sea el Emir, por obstinado que esté el magnate ruso o chino en gestar una dinastía, no se puede gastar mucho más de lo que se ingresa.
Las cláusulas de rescisión que se pretendan inabordables, tendrán que seguir añadiendo ceros. Por ejemplo, la de Cristiano Ronaldo con el Madrid es de mil millones de euros, muy diferentes a los 300 millones que, vista la actualidad, no faltará quien desee depositar para contratar a Lionel Messi.
Los cánones dicen que un club debe condicionar los aumentos de sueldo a sus jugadores, a dos factores: prorrogar la duración del vínculo y encarecer la cifra de salida, algo que el Barça, tan experto en pagar cláusulas de rescisión a cuadros menores para adquirir a sus talentos, no ha sabido hacer.
Hace poco más de un año, el diario catalán Sport titulaba “¡No se venden!” refiriéndose a las colosales cantidades impuestas para comprar a su tercia ofensiva. Junto al rostro de Neymar todavía podía leerse 190 millones de euros, casi veinte por ciento menos que lo que el París Saint Germain está por soltar –a lo que deben añadirse decenas más de millones en comisiones y bonos al padre del delantero.
Otra forma de interpretar el paso de los años: lo que era prohibitivo y dejó de serlo, ya nadie tiene que cerrar un banco para pagar una cláusula anotada con la mera finalidad de ahuyentar.
Twitter/albertolati
caem