¿Cuánto tiempo ha de pasar para que quien contra su voluntad se ha mudado, llame hogar a su nueva casa? ¿Cuánto para que se resigne a que no volverá a su tierra natal? ¿Cuánto para no amanecer con nostalgia? ¿Y si ya ni siquiera existe el sitio del que se escapó?, ¿y si ya se convirtió en aldea fantasma?
Una ruinosa pared en lo que fue la localidad de Agdam, frontera entre Azerbaiyán y Armenia, simboliza mucho y a la vez no aclara nada. Lo mismo pudo ser colegio que mezquita, cuartel militar que oficinas de la burocracia comunista, cualquier cosa, pero, saben quiénes tres décadas atrás ahí vivieron, era la fachada lateral del estadio Imarat, estructura que corría paralela a las líneas de banda.
Ahí jugaba el FK Qarabag. Equipo que en 1993, en la huida de una ciudad en guerra, en su vaciado, en la migración de todo lo que la convirtió por siglos en núcleo social, también debió exiliarse.
Como la mayoría de quienes no tuvieron más opción que irse, el club dejó Agdam cargando las llaves de la casa, fijando en su mente todo lo que abandonaba para reestablecerlo al volver, memorizando los escondites de algunas pertenencias imposibles de transportar en esa emergencia, inconsciente de que nunca más hincharía su nariz con ese olor y patearía balón sobre ese pasto.
La Unión Soviética acababa de disolverse y la región de Nagorno Karabakh se convertía en territorio en disputa. Afanes genocidas, rencores históricos, odio religioso y étnico, brutalidad que ya por siempre haría a esos vecinos vivir de espaldas, sólo girarse a ver con rencor.
EL FK Qarabag Agdam se instaló 370 kilómetros al este en la capital azerbaiyana, Bakú. Los partidos se convirtieron en torneos y las temporadas fueron dando pie a décadas. En su tierra ya no quedaba nada ni nadie, pero el nombre del club no iba a cambiar: Qarabag como la región, Agdam como la extinta ciudad; sí cambió su uniforme, desde entonces negro y blanco, mezcla de luto y esperanza.
En ese mismo 1993 logró conquistar su primer título de liga, apoyado en las gradas por refugiados de Nagorno Karabakh a quienes sólo quedaba ese once como recuerdo de una zona anclada en la memoria. Años en los que uno de los mayores héroes de la región, personaje extrañamente respetado a los dos lados de la frontera, moriría en la guerra. El comandante Allahverdi Bagirov, de quien abundan estatuas hoy en Azerbaiyán, había sido entrenador por mucho tiempo del Qarabag.
Así llegamos a esta década en la que el Qarabag ha dominado rotundamente el fútbol del país. Campeón de liga y copa en los últimos tres años, ya participó en la Europa League. Esta semana busca meterse por primera vez a la fase de grupos de la Champions. En la ida, disputada en su casa –o, más bien, en lo que desde 1993 llama casa– no pudo sacar ventaja, por lo que a la vuelta en Rumanía tendrá que anotar.
El dueño del estadio del que queda una pared que no dice nada, el nativo de la localidad que ya no es, a una victoria de recibir a algún gigante del continente, a una victoria de recibirlo donde 24 años después se aferra a seguirse considerando visitante.
Twitter/albertolati
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