Ni el adiós de Usain Bolt, ni la suspensión de la delegación rusa, el tema en los Mundiales de Atletismo ha sido una epidemia gastrointestinal que inevitablemente ha desvirtuado la competencia en Londres.
La duración del ciclo de los velocistas es difícil de comprender. Apenas en Río 2016, el botsuano Isaac Makwala ni siquiera estaba en el rango de tiempo para meterse a la final de los 400 metros. Un año después llegaba a estos Mundiales como candidato a medalla tanto en 200 como en 400.
Afectado por el virus, orillado a cuarentena, imposibilitado por el Comité Organizador para competir, se escapó al Estadio Olímpico asegurando que estaba en condiciones de disputar la final de los 400. En un contexto en el que los atletas suelen recibir el más privilegiado de los tratos, la imagen resultó impactante: por recomendación sanitaria de aislar a todos quienes tuvieran indicios del virus y por miedo a que se ampliara el contagio, Makwala fue privado de acceso; primero por las buenas, luego por las malas, le resultó imposible colarse a la pista.
La carrera dio pie a más controversias, contemplada la pasmosa facilidad con la que el campeón olímpico, Wayde van Niekerk, se coronó. Sin su principal rival, ni siquiera empleó el motor que le abría llevado a mejorar su récord mundial impuesto en Río.
Un día después, con las semifinales de 200 metros ya programadas sin un Makwala que no pudo competir para clasificarse, se le concedió la oportunidad de correr individualmente para dar el registro.
¿Qué cambió en escasas catorce horas, desde que le fuera negada la entrada el martes por la noche hasta que se le brindara la excepción el miércoles al mediodía? Temas muy complejos que el cuerpo médico del evento tiene mayor capacidad para explicar: prevalencia del virus, posibilidades de expansión, nuevos análisis, riesgos descartados y un larguísimo etcétera.
Otra hipótesis muy repetida, a la luz del secretismo y la confusión con que se manejó el caso de los atletas con gastroenteritis, es que la Federación Internacional busque así reivindicarse ante el más célebre de entre las decenas de afectados por el virus.
Makwala corrió solo, como si aun a máxima velocidad continuara en cuarentena, y remató la vuelta con una serie de ejercicios que buscaban reforzar su mensaje: que está en perfecto estado de salud, que se le trató injustamente. Horas después, ya mezclado entre atletas rivales que no sabían si se arriesgaban al darle la mano, hizo una soberbia semifinal, con lo que aspira a pelear esa medalla.
En archivo muerto queda la carrera de 400 metros y ese podio que no será. ¿Exageración? ¿Comprensible prudencia? ¿Error? No lo sabremos, pero así también se diluye el sueño de una vida, porque a sus 30 años entiende que quizá su gran momento no logrará prorrogarse hasta Tokio 2020.
Twitter/albertolati
caem