Se ha juntado el hambre con las ganas de comer. El Presidente estadounidense, Donaldo Trump, hace del impulso su modo de vida, de la vehemencia su costumbre, de su falta de cultura su objetivo.

 

Sin embargo, hay ciertos aspectos que hay que reconocer. Por muy desbocado que esté el caballo, todavía le pueden sujetar las bridas y se le puede “domar” o, al menos, controlar.

 

Muy distinto es lo que le ocurre al líder de Corea del Norte, Kim Jong-un. Es mucho más vehemente, rústico y desbocado que Donaldo, y mira que es difícil.

 

El personaje en cuestión, con ese cabello que quiere apuntar al cielo como sus misiles y que no permite más que cuatro tipos de corte de pelo para la población norcoreana, va por una carretera libre donde él es el único, el dueño y señor de esa autopista que conduce a Pyongyang y el resto del país como líder indiscutible -por su inefable dictadura-. Ése es Kim Jong-un, un joven déspota que intenta amedrentar no sólo a Trump, sino al resto del planeta, con sus desafíos de guerra nuclear.

 

Ahora bien. Creo que desde la crisis de los misiles en Cuba en los años 60, el mundo no había estado tan cerca de una guerra con misiles nucleares. Amedrenta porque los que tienen la capacidad de apretar el botón son dos mandatarios a cuál más desequilibrado.

 

No podemos olvidar que el líder norcoreano posee armamento atómico. Es más, en la actualidad tiene la capacidad de armamento nuclear de entre 10 y 15 kilotones. Para que nos entendamos, tendría la misma capacidad destructiva de la que lanzó Estados Unidos contra la ciudad  japonesa de Nagasaki.

 

¿Y por qué los misiles norcoreanos apuntan a la isla de Guam? Es el territorio estadounidense más cercano a Corea del Norte. Un misil llegaría con facilidad, ya que se encuentra a tres mil kilómetros de distancia. Esos misiles no llegarían a ciudades como San Francisco o Los Ángeles y probablemente tampoco a las costas de Alaska, que pertenece a Estados Unidos.

 

Pero atacar Guam es relativamente sencillo. Por eso el gato sigue mordiéndole la cola al gigantesco mastín. El can lleva años enseñándole los dientes, pero aún no le ha mordido. Sin embargo, empieza a cansarse, y en cualquier momento puede lanzarle una dentellada.

 

En los últimos seis años, el régimen de Kim Jong-un ha demostrado con eficacia que sí cuenta con armamento nuclear. Al principio, los lanzamientos de misiles en el estratégico mar de China eran bastante rústicos. Pero Pyongyang ha demostrado al mundo que están mucho más sofisticados.

 

Sin embargo, a pesar del armamento nuclear del que dispone, lo que ahora le hace falta es no tener un misil, sino “el misil”, ése que sea capaz de poder trasladar a mediano o largo alcance, ese armamento nuclear. Por eso Pyongyang está en un momento crítico. Necesita condensar esa bomba para que encaje en esas ojivas y que pueda teledirigirlas a su potencial enemigo.

 

Cada día sigue subiendo el tono dialéctico. Los mandatarios de Estados Unidos y Corea del Norte se miran desafiantes a los ojos, mientras la comunidad internacional busca un árbitro, alguien que les persuada con el fin de parar esa escalada de verborrea de violencia para que el siguiente paso no sea el ataque a la isla estadounidense de Guam y entonces se convierta en una espiral bélica de consecuencias incalculables.

 

China puede ser un buen negociador. Si logra parar esa escalada de violencia, Trump no tendría más remedio que rebajar su lucha comercial y China se consolidaría con un liderazgo relevante.

 

Esperemos que la sangre no llegue al río. Pero no olvidemos que la Tierra ha vivido de guerra en guerra y que, jamás en la historia de la humanidad hubo un periodo tan largo de paz. Desde 1945 que terminó la Segunda Guerra Mundial no se han producido conflictos bélicos a gran escala. De eso han pasado más de 70 años. ¿Puede ser el momento de que se rompa ese equilibrio?

 

caem