Hay que ser cuidadoso con los términos, no usarlos en exceso, no frivolizarlos. Términos como uno muy en boga, por las peores razones: fascista. Mussolini se apropió de la palabra “totalitarismo”, que se usaba para denostar al sistema que había creado para gobernar Italia, le dio connotaciones positivas y atinó a definirlo en una línea que todavía es de manual de ciencias políticas: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Si el fascismo es eso, entonces Estados Unidos, hoy, dista de ser un estado fascista. Por supuesto. El diseño original de la democracia norteamericana la blinda contra las tentaciones autoritarias de, digamos, un idiota moral que lograra escalar posiciones hasta hacerse con la presidencia. De Donald Trump.

 

Con todo, Enrique Krauze entendió bien y pronto que con el Agente Naranja lo que se nos venía encima era una amenaza de ese tipo: fascista. Las señales se multiplican. Una es la tendencia al proteccionismo económico: la pulsión aislacionista, el reflejo de cerrar fronteras. Otro, el discurso xenofóbico, al mismo tiempo un acto de fe y uno de pragmatismo. Cargar contra el extranjero, culpar al de fuera de las miserias propias, rebuznar sobre muros y políticas migratorias extremas, está en los genes del empresario, pero también es un discurso bueno para mantener a sus fieles cerca y excusarse de cualquier fracaso: no soy yo, son ellos. Unámonos, popolo.

 

Recientemente le vimos otro de esos síntomas, no propio de todos los fascismos pero sí muy común en ellos: el racismo. La ambigüedad de Trump a la hora de condenar a los supremacistas de Charlottesville, y más: la aberración de decir que entre ellos había gente estupenda, habla, de nuevo, de que sabe que entre esos cretinos está buena parte del electorado que le queda, pero también del ADN del hijo de un antiguo miembro del Ku Klux Klan.

 

Días después, Trump viajó a Arizona y confirmó que sus pulsiones fascistas están a tope. Lo confirmó con un discurso indigno, violento, conspiracionista, que usó además para agitar peligrosamente a las multitudes contra el “enemigo”: los medios primero, la inmigración enseguida. Sí, el que habló en Phoenix fue una especie de Mussolini aún más feo, más colorado, con un poco más de pelo. Estamos en problemas.

 

Estamos. Porque Trump nos afecta a todos, sí. Pero también porque el proteccionismo, el conspiracionismo y la retórica violenta contra los medios no son patrimonio exclusivo de los gringos, ¿verdad?

 

caem