La cultura masiva propone varias formas del Apocalipsis, en general seductoras: los zombis, las invasiones alienígenas, una plaga, una rebelión de las máquinas, un asteroide. Hace años, antes de la caída del Muro de Berlín, el Apocalipsis tenía un nombre: bomba atómica. Recuerdo un documental que transmitió Televisa en el que algún oscuro integrante de la administración Reagan -me parece que el secretario de Estado, Alexander Haig- narraba con un punto de excitación cómo imaginaba la –aseguraba– inminente guerra atómica contra la URSS. Y recuerdo sobre todo una película que causó furor y pavor, El día después, de 1983, con Jason Robards, sobre los efectos de un intercambio de ojivas en la zona de Kansas. Luego terminó la Guerra Fría, la URSS se abrió al mundo y terminó al mandato de Ronald Reagan, al que muchos veíamos como un demonio de ultraderecha. Con eso, las posibilidades del holocausto nuclear como argumento de cine o TV pasaron al olvido.

 

Hasta ahora, que las reviven Donald Trump y Kim Jong-un. Leo con terror un artículo de Enrique Berruga en el que explica los orígenes y razones del programa nuclear norcoreano. Brevemente: George Bush Jr. decidió incluir al régimen de Pyongyang en la lista de estados terroristas y el gordito Kim, el más arrojado de su dinastía, lo que ya es decir, entendió que su destino, si no tomaba medidas, era acabar o en el tribunal de La Haya o linchado, a la manera de sátrapas como Gadafi o Hussein. Y se armó.

 

Esos misiles representan su sobrevivencia. La garantía de que su país no será invadido, de que su dictadura incompetente y monstruosa seguirá en pie. Del otro lado –y sí, teman– las negociaciones, por llamarlas de algún modo, están en manos del presidente más inepto, impopular e impulsivo de la historia gringa, Trump, una prueba viviente -como ya dije en otra ocasión- de que la maldad y la estupidez no son incompatibles y un hombre desesperado por la acumulación de fracasos de su administración sabe que no puede permitirse uno más. El caso es que, si me permiten la expresión, el Agente Naranja y Kim se pusieron a jugar a lo de quién la tiene más grande, hasta un punto de muy difícil retorno. Ahora, imaginen nada más, dependemos de chinos y rusos para la escalada de egos y bravuconadas no llegue a un intercambio de misiles, para el que estamos casi listos.

 

¿Pensaron alguna vez que echarían de menos a Reagan y las momias del Comité Central soviético? Así está de feo el mundo…

 

caem