Ya es oficial. París albergará los Juegos Olímpicos de 2024, justo 100 años después de la última vez que recibió el máximo acontecimiento del deporte mundial. La Ciudad Luz se impuso como anfitriona luego de tres intentos fallidos, en 1992, 2008 y 2012. En esta ocasión sí se pudo, principalmente porque tres de los cinco rivales de la capital gala -Hamburgo, Roma y Budapest- habían tirado la toalla por el rechazo de sus habitantes a implicarse financieramente en el proyecto. Al final sólo quedó como competidora Los Ángeles, pero la urbe californiana también salió ganadora; será la sede del gran evento deportivo en 2028.
Atrás quedaron los tiempos en los que en la lista de aspirantes a organizar las Olimpiadas aparecían en una feroz competencia hasta 12 ciudades en busca de gloria y notoriedad mundial.
La gloria olímpica dejó de ser rentable.
En los últimos años, varios Juegos Olímpicos resultaron un desastre económico que, además de suponer un golpe para las arcas del país anfitrión, destrozaron su imagen en el extranjero.
Atenas 2004 fue un fiasco total; la mayoría de las instalaciones construidas para la justa acabaron abandonadas y en ruinas. Los ingresos tan sólo cubrieron 15% del gasto final.
Otro ejemplo: Sochi, Rusia 2014, los Juegos Olímpicos más caros de la historia, implicaron un gasto de más de 50 mil millones de dólares, una cifra casi cinco veces mayor a la anunciada inicialmente, sin contar los sobornos, las comisiones ilícitas o las expropiaciones forzadas.
Pekín 2008 terminó costando 42 mil millones de billetes verdes. La inversión realizada no podrá recuperarse antes de 2045.
También los Juegos de Río de Janeiro 2016, que tuvieron un costo total de 40 mil millones de dólares, dejaron una terrible amargura en forma de obras inútiles o en mal estado; sin olvidar que la ciudad carioca quedó envuelta en la sospecha sobre una presunta compra de votos.
París promete más cordura y respetar el presupuesto fijado en ocho mil millones de dólares, de los que 1.5 mil millones provendrán de los impuestos que paga la ciudadanía.
Hay datos que invitan a creer en la promesa. El 95% de las instalaciones ya existe: tres estadios, las canchas de tenis de Roland Garros, el polideportivo de Bercy o el velódromo de Saint-Quentin. La Ciudad Luz sólo tendrá que construir dos grandes obras perennes: la Villa Olímpica, que hospedará a los atletas a siete kilómetros de París, y el Centro Acuático, que nacerá cerca del Estadio de Francia al norte de la capital. El 80% de los sitios deportivos quedará a menos de 10 kilómetros de distancia de la Villa.
De alguna manera, todos somos fervientes devotos del “panem et circenses”. Los franceses esperan la gran cita deportiva con emoción y optimismo. Siete de cada 10 galos apoyan la justa esperando que ésta no implique despilfarros faraónicos, que se rescaten los ideales de su compatriota Pierre de Coubertin, padre de los Juegos Olímpicos modernos. No cuesta nada soñar con unas Olimpiadas que no sean una orgía de dinero llena de atletas convertidos en máquinas de anuncios publicitarios.
La gloria olímpica implica un gasto gigantesco, pero París bien vale una misa. Más allá de la rentabilidad y el impacto socioeconómico, está en juego la imagen de la sede organizadora en el escaparate mundial. Hay que mantener en alto la reputación de la “marca París”, la urbe más visitada del planeta, que debe iluminarse -fiel a su sobrenombre: Ciudad Luz– con miles de destellos y proyectores dando lugar a un maravilloso espectáculo.
caem