La última vez que vi al Dr. René Drucker fue cuando le dije que volvería al periodismo. Había trabajado con él durante un año como asesor, asignado a la Dirección de Comunicación Social de la Secretaría de Ciencias de la CDMX.
Después de ese día, durante dos años, cruzamos un par de saludos con amigos en común, pero ya no volví a charlar con él.
No fue fácil trabajar con él. Era un jefe muy gritón y yo no estaba acostumbrado a los gritos sin motivo. De hecho, uno de esos días en que elevó la voz y agregó una que otra grosería a un regaño, hasta ahora creo que sin motivo, le dije a su gran amigo Bolívar Huerta, que me iría. Que yo no estaba acostrumbrado a trabajar así.
Al día siguiente Bolívar me comentó que había hablado con él y esa forma de trabajar se acabaría…
Su trato hacia mi cambió radicalmente. Conforme atraíamos la atención de los medios, y los proyectos se difundían cada vez más la relación laboral fue cada vez mejor, hasta que comenzó a invitarme a comer y a hacer caso a mis recomendaciones, las cuales, en un inicio, ignoró.
Drucker era un hombre duro. A veces se excedía en los regaños hacia sus colaboradores. Pero cuando había resultados los reconocía.
“Es increible”, decía refiriéndose a la burocracia: “a cada solución le encuentran un problema”.
“El nivel de la clase política mexicana es lamentable”, comentaba y frecuentemente recordaba un chiste que contaba con los científicos extranjeros.
“–Allá en México somos tan buenos que en una sóla noche le agregamos un carril a una avenida.
–¿Cómo le hicieron?
–…¡Se lo pintamos!
Después de pasar la barrera de los gritos se observa un Ducker diferente: trabajador, deportista, una persona preocupada por su país, que cuestiona a la clase política por su ignorancia, cercano a la gente.
Es imposible saltarse esa faceta. Sé que a muchos no les va a gustar, pero eso es parte de lo que fue y este artículo busca mostrar al ser humano, con sus errores y sus virtudes, no a un ángel que no existió.
Llegaron las charlas
De las pláticas que solíamos tener, muchas de ellas en compañía de Bolívar Huerta y de Mauricio León, a quien le tenía mucho aprecio y confianza por sus excelentes resultados en esa secretaría, reconozco en él a una persona honesta, crítico de la corrupción, y a la que no siempre se le dieron las cosas fácil.
Comenzando por su infancia, cuando murió su padre –un médico Francés– y su madre y él no tenían más que el departamento que rentaban. Su padre, nos contaba, nunca tuvo mucho interés por el dinero. De hecho, tuvo algunas diferencias con su madre, porque había gente que no podía pagar la consulta y le pagaba con una gallina o unos huevos. Su padre tenía una vocación social, la cual heredó.
Algo que pocos saben, es que en la Facultad de Medicina de la UNAM, tuvo una diferencia con un académico que también trabajaba en gobernación, y que a manera de represalia, le desapareció su expediente como estudiante de medicina, carrera que estaba cursando. Por eso su ingreso a la carreta de Psicología.
Era un deportista empedernido. Todos los días ya estaba en el gimnasio o rumbo al gimnasio a las 06:00 horas. Por eso no siempres acudía a eventos mañaneros. Y fue precisamente esa fortaleza la que logró que enfrentara el cáncer en dos ocasiones.
La última vez que lo vi, supo que estaba realizando las coberturas de Andrés Manuel López Obrador para un diario capitalino. Salúdamelo, me dijo. No pude hacerlo, porque mis crónicas eran muy críticas, y no era precisamente un reportero del agrado del líder de Morena. Los que conocen a AMLO saben que no le gusta la crítica. Pero sí le hice saber a César Yáñez, el hombre más cercano a López Obrador, de los saludos que el Dr. Drucker enviaba. Espero que se los haya dado.
De hecho, me sorprendió que AMLO emitiera en su cuenta de Twitter el pésame por la muerte del científico, 24 horas después de su fallecimiento.
Drucker fue un gran mexicano. Un científico reconocido internacionalmente por sus investigaciones sobre el mal de parkinson y el sueño. Yo lo conocí como secretario de Ciencia de la Ciudad de México y creo que fue un gran acierto del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, invitarlo a ese cargo, en donde tuvo varios logros: la creación del prototipo de las trajineras de PET; el estudio del impacto de los topes en la contaminación de los vehículos; la materialización del Museo Móvil de la Ciencia; y el biodigestor de Milpa Alta, el cual permite aprovechar los restos del nopal para producir electricidad, composta y agua, entre otros.
Las diferencias con Narro
Drucker formaba parte del grupo compacto de científicos que buscaba la reapertura de la UNAM cuando el paro estudiantil de de 1999-2000, aglutinados por el entonces rector Juan Ramón de la Fuente. Pero al paso del tiempo, las posturas políticas acabaron por aflorar. El vaso de agua se derramo cuando el neurocientífico publicó un artículo criticando al entonces candidato del PRI a la Presidencia.
Uno de sus amigos cuenta que el entonces rector, José Narro, le reclamó. Y Drucker terminó por dejar su cargo en la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM.
Tras ese desencuentro la distancia entre ambos fue cada vez mayor.
Impulsor de la ciencia y tecnología mexicana
Un día, el asesor de un diputado perredista llegó hasta su oficina, acompañado de un empresario estadounidense. Querían construir un parque temático en la zona de Milpa Alta y le proponían una especie de teleférico para llegar a él.
–El parque temático sería de Chespirito, le dijeron.
–…¡Claro!, es la cultura que necesita este país, ironizó.
Después preguntó:
–¿Por qué me proponen esto a mi?, preguntó.
–Porque usted tiene su proyecto de teleférico, y así ya no lo construirá. Mejor lo compramos, le dijo el asesor del diputado.
“Es que no es eso lo que quiero en esta secretaría. Debemos de dejar de comprar tecnología y crear la nuestra, para salir adelante como país”.
Finalmente, se despidió del empresario y le dejó claro que no buscaba comprar tecnología, que lo que quería era desarrollar la tecnología mexicana.
Así era Drucker, crítico con el poder.
caem