Primero se agolpa una mezcla de impotencia y rabia -¿otra vez un temblor, por qué esa maldita coincidencia de fechas?-, luego aflora el dolor, potenciado por una avalancha de imágenes escalofriantes de la tragedia que azotó a México y conmocionó al mundo entero. Una de las más desgarradoras: el puño en alto pidiendo silencio frente a los escombros del Colegio Rébsamen que hizo sentir un nudo en la garganta no sólo a los que llevamos una relación muy estrecha e íntima con México, creo que a toda la opinión pública, al menos aquí en Francia desde donde escribo estas líneas.
Como hace 32 años, pero ahora a distancia, veo en mi amada Ciudad de México nubes de polvo que se esparcen por las calles y escenas heroicas de solidaridad ante la adversidad. Nos unimos a su dolor, estamos sufriendo con ustedes.
Una vez atenuada la tristeza, se vendrá el periodo de luto que deberá ayudar a reorganizar el equilibrio psicológico brutalmente perturbado. Están las víctimas directamente golpeadas: los sobrevivientes o familias de las víctimas mortales, están los llamados “afectados más lejanos”, como los miembros del equipo de salvamento, por ejemplo, y más adelante aparece ante nuestros ojos toda una población o buena parte de ella impactada, de otra manera, por el miedo o agotamiento psicológico de mayor o menor grado. Un pequeño segmento de la sociedad corre el riesgo de afrontar el famoso estrés postraumático que brota en el momento en el que se apaga el instinto de supervivencia. Se nos vienen encima los flashbacks de pesadilla, pasamos y repasamos en la mente escenas, olores, ruidos fuertes que nos marcarán para siempre.
Comparto con ustedes estas reflexiones porque tengo muy grabadas en la memoria esas fases postimpacto tras la Guerra de Bosnia en 1995, los ataques terroristas en la sala parisina de Bataclan, en 2015, y en Niza, en 2016. Mucha gente sufrió insomnio, paralizada por el miedo, con enormes dificultades para reintegrarse a la normalidad. Hoy deseo de todo corazón que recuperen el equilibrio emocional todos los que lo han perdido.
Aprender a gestionar las emociones es la clave en el proceso, nos decían siempre los grandes expertos en TEPT (trastorno de estrés postraumático). Nos enseñaban que después de enfrentarse a eventos de extrema violencia, lo primordial pasa por compartir la experiencia con los demás, evitar a toda costa el aislamiento y, aunque sea de manera artificial, volver a las actividades de antes; si, por ejemplo, tenían clases de danza una vez por semana, seguir con esta rutina. Ya lo sé, suena fácil sólo en teoría.
Estoy viendo los noticiarios estelares de las principales cadenas de televisión en Francia. Todos arrancan con los sonidos del silencio que se perciben en vivo en el Colegio Rébsamen de la Ciudad de México. Desde distintos puntos de la capital mexicana, enviados especiales de los medios galos ofrecen continuamente reportes de pérdidas y daños. Pero más allá de acaparar los espacios informativos, el terremoto de México desató una enorme ola de solidaridad a nivel internacional.
Como el resto del mundo, Francia está destrozada por el drama que sacudió a la CDMX, y eso que el país galo aún no se recupera de los efectos del huracán Irma que devastó 95% de las islas francesas de ultramar, San Martín y San Bartolomé, dejando 12 muertos y decenas de heridos.
Mucha, mucha fuerza, México, hoy más enaltecido que nunca. Estamos a su lado, adoloridos.
caem