Hay que tener cierta edad para saber lo que es enfrentar la desgracia de un terremoto con una autoridad totalmente rebasada.
Sólo aquellos que vivimos el sismo del 85, los que fuimos a levantar piedras de los miles de edificios caídos, los que sacamos a gente de entre los escombros sin que hubiera una sola autoridad al menos ayudando sabemos lo que es la ausencia de quien gobierna.
Hoy, hay que decirlo con total claridad, no hay una autoridad rebasada. Todo lo contrario. Es un principio de honor, de honestidad el saber reconocer que desde un principio tanto los militares y marinos, como los bomberos y policías de la ciudad, como los organismos de Protección Civil se pusieron de la mano con el resto de la llamada sociedad civil a rescatar a los que quedaron atrapados.
Vivimos en un estado de estrés postraumático en el que todavía, a una semana del sismo que nos azotó en la Ciudad de México, tratamos de entender qué fue lo que pasó.
Como en las etapas del duelo, pasamos de la negación al enojo, a la depresión, con miras a llegar en algún momento a la aceptación de lo imposible que resulta controlar un fenómeno natural como un sismo.
De lo que se trata es de sacar la mejor parte de esta circunstancia, de reencuentro familiar y social. De aprovechar una desgracia de estas dimensiones en nuestro favor.
Hay que tener la serenidad suficiente para rechazar los mensajes y acciones interesadas en propiciar una mayor división social.
Estamos enojados y damos paso con mayor facilidad a toda clase de versiones malintencionadas que quieren sacar provecho de las circunstancias.
No acepto y denuncio el uso faccioso de la desgracia para sacer provecho político.
No acepto y reclamo que personajes como Andrés Manuel López Obrador descalifique a todos aquellos que no sean ellos mismos como personas dignas de confianza para hacer algo por la sociedad en desgracia.
Su supuesto plan de austeridad tras los sismos no es otra cosa que una copia de su propuesta de campaña política. Vender el avión presidencial y no acabar el aeropuerto de la ciudad es un circo grotesco de quien hoy parece estorbar más de lo que ayuda.
Hay un esfuerzo muy bien coordinado en las redes sociales para denostar, para atacar, para acabar con aquéllos que son adversarios políticos, pero que son presentados como enemigos del pueblo bueno que dicen representar.
Ojalá fuera un delito envenenar a los demás con mensajes malintencionados. Desafortunadamente el anonimato de las redes sociales se ha convertido en la herramienta favorita de los rupturistas que adecuan los principios goebbelianos del tercer Reich para dañar el ánimo de millones de personas que hoy son vulnerables.
Hay que tener la entereza para identificar quién quiere ayudar, quién está rebasado y sobre todo quién está usando la desgracia colectiva con el fin de hacerse un favor político para llegar al poder por esa mala vía del abuso de los demás.
caem