“El temblor fue muy cruel. Casi termina con mi familia, porque que mi esposa acababa de salir del súper Neto que se desplomó por completo y mi hijo caminaba con mis nietos cerca del mercado donde se desplomó una barda que mató a varios”.

 

Pedro Aguilar, de 70 años de edad, hace el recuento de daños sentado en una banca frente a la Iglesia de San Gregorio Atlapulco, en la delegación Xochimilco, cuya cúpula se cayó con el moviento telúrico.

 

Aún no puede creer que este pueblo se encuentre entre ruinas, entre escombros y que él haya estado a punto de perder a toda su familia.

 

“Fue un milagro. Mi esposa –María Ifigenia Pérez- acaba de salir del súper Neto. Tenía unos 10 minutos y curiosamente había ido a comprar una despensa para donarla a los damnificados del temblor en Chiapas y Oaxaca. Apenas había llegado a la casa cuando empezó a temblar. Pensamos que la casa se iba a caer”, recordó.

 

Poco después llegó su hijo con sus dos nietos. Una barda había caído por el lugar donde pasaron.

 

Don Pedro es originario de Morelia, Michoacán, pero vive en Xochimilco desde hace 40 años; apenas hoy abrió su negocio, una pequeña tintorería. “Ni modo, la vida sigue, hay chambear. En día pasados no abrimos porque todo era un caos, pero hay que seguirle”.

 

En la zona chinampera, por el Barrio de La Conchita, donde el sismo destruyó decenas de casas, Francisco Hernández, camina rumbo a la chinampa donde tiene sembradas flores de cempasúchil y calabazas.

 

“Aquí el temblor se sintió muy fuerte, como son islotes flotantes se mueven mucho. Yo no había sentido nunca un temblor así, por un momento pensé que la tierra se iba a abrir. Se hicieron olas de unos dos metros que golpeaban la tierra”, indicó el jornalero de 74 años de edad.

 

“Hoy ya regrese a trabajar, hay que darle. La chinampa no es mía, es de un doctor al que le trabajo, pero había que venir a deshierbar los cempasúchil porque ya pronto es Día de Muertos y tenemos que cortar por esos días la flores”, narró mientras remueve la tierra con un azadón de madera y metal.

 

Francisco, junto con otros jornaleros, ayudó al rescate de varias personas que vivían en una cañada, una especie de falla geológica que atraviesa San Gregorio y en donde había varias casas que se destruyeron.

 

“Llegamos corriendo a sacar unas señoras de sus casitas que se derrumbaron. Afortunadamente todas sobrevivieron, sólo con alguna heridas y llenas de polvo y cascajo”.

 

En el centro de San Gregorio, la zona cero del sismo en Xochimilco, la presencia de voluntarios que en los días posteriores al sismo se contaban por miles, ya es prácticamente nula.

 

Sólo personal de las secretarías de Marina, de la Defensa Nacional (Sedena), de Salud, la Policía Federal, y del gobierno de la Ciudad de México realizan labores médicas, de remoción de escombros y entrega de despensas y agua.

 

A un costado de la Plaza Cívica, personal de la Secretaría de Salud, encabezados por la psicóloga Marisol Medina, trabajan con niños del lugar, jugando lotería, platicando, con un cuento que se utilizó en Chile después del terremoto del 2010, llamado “Cuando la tierra se movió”.

 

“Empezamos hoy a trabajar en este pueblo con niños y adultos. Hay mucha ansiedad y preocupación de los niños, sobre todo por regresar a la escuela, ya que a la mayoría les tocó el temblor en sus salones o saliendo. Estamos tratando de ayudarlos, de reconfortarlos, de bajarles el estrés”, comentó la especialista.

 

A una cuadra de ahí, maquinaria pesada y personal de la Marina realizan limpieza en el predio de lo que fue un supermercado que se desplomó completamente.

 

JMSJ