Un sueño que parecía imposible. Frontera no sólo difícil de superar, sino incluso de alcanzarse a vislumbrar. Obsesión del entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, Jacques Rogge, a quien sus asesores insistían que no perdiera el tiempo en eso de buscar que atletas de Arabia Saudita al fin participaran en unos Juegos. Su argumento, como el de la mayoría: que en el millonario reino de la dinastía al-Saud, las mujeres ni siquiera tenían permiso para manejar un coche.

 

Como sea, Rogge se empecinó porque así debía hacerlo, por apego a la Carta Olímpica que exige no discriminar por motivo alguno, incluido evidentemente el género.

 

Finalmente, entre Atlanta 1996 y Beijing 2008 se dio el gran cambio. Si en la cita estadounidense todavía 26 naciones musulmanas se resistieron a enviar deportistas femeninas, ya tras la justa pequinesa sólo faltaban tres: el pequeño Brunei, cuyas delegaciones suelen ser de acaso uno o dos integrantes, además de Qatar y Saudiarabia.

 

Con Qatar la labor resultó más sencilla, sobre todo por las aperturas (reales o de percepción) a las que se obligó el emirato una vez que obtuvo la sede mundialista y pretendía la olímpica. Con los sauditas resultó más lento. Practicar deporte representa cierto grano de emancipación, de autonomía de desplazamiento, de autodeterminación, caja de pandora que no deseaban abrir los sectores más conservadores del reino. Otros temas enmarañados eran tanto la vestimenta en cada deporte, como la prohibición del convivio con hombres (sean entrenadores, oficiales o meros aficionados).

 

Para colmo de las atletas sauditas, el único evento en el que podían participar, los Juegos Islámicos Femeninos (en los que no hay acceso a los estadios para hombres), también les estaba vedado por tratarse de un certamen creado por el gran enemigo de los sauditas, Irán. Candados que se manifestaban en el segundo peor rango de obesidad femenina del mundo musulmán, con los consiguientes problemas de salud.

 

Así que Rogge insistió con diversas maniobras (se dice que amenazó que si los sauditas no llevaban mujeres, serían descalificados), hasta que lo consiguió. Voces disidentes en la capital Riad expresaban un temor: eso podría servir para maquillar al régimen, al tiempo que poco cambiara en la realidad. De hecho, los eventos deportivos continuaron limitados para asistencia a las gradas de varones, lo mismo que la inscripción en los clubes deportivos del país.

 

Sin embargo, la presión ha seguido y, aunque de manera lenta, hoy Arabia Saudita ha roto otra barrera que lucía infranqueable: las mujeres ya podrán manejar un automóvil a partir de junio de 2018.

 

¿Suena absurdo que se aplauda algo tan obvio como arcaico? Sí, pero como con su tardía integración al olimpismo en Londres 2012, más absurdo era que esa represión se mantuviera.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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