Algunos dirán que la casualidad no existe, que todo sucede por alguna razón. Albert Einstein mismo, en uno de sus más agrios debates (y en una de sus más distorsionadas frases), insistía a Neils Bohr en contra del azar: “Dios no juega a los dados”.

 

Pues con o sin coincidencia, tenía que ser: que justo el día en que los catalanes acudirán a un referéndum para votar por su independencia respecto al Estado español, el Barcelona disputará un partido en esa ciudad. Claro, el colmo hubiera sido que como rival estuviera el Espanyol de quien le distancia, con perdón de una generalización como todas errónea, la voluntad independentista –ya en los años veinte, los espanyolistas no se adhirieron al reclamo de mayores autonomías para Cataluña como el Barça sí lo hizo, lo que desembocó en que el fundador blaugrana, Hans Gamper, fuera expulsado de España por la dictadura de Primo de Ribera.

 

El asunto es que nadie duda del rol medular que el Barça ha desempeñado en esta carrera por la soberanía o, al menos, por la libertad de decidirla. Jordi Puyol, mandatario catalán de gran importancia aunque de corrupto desenlace, instaba a politizar los goles “dada la importancia que tiene el FC Barcelona como representante de Barcelona y de Cataluña en el ambiente futbolístico, y dadas las inmensas posibilidades de hacer país por medio de él”.

 

Lo mismo podemos remitirnos al largo listado de frases del escritor Manuel Vázquez Montalbán, quien calificaba al Barça como “el ejército simbólico y desarmado de Cataluña”, “el hígado de Cataluña, una delicada víscera colectiva por la que pasa, en búsqueda de filtraje, casi todo lo que ocurre en Cataluña”, “el recurso épico de Cataluña” y, sobre todo, “más que un club, casi un partido político moral”.

 

El del domingo no es un referéndum más, sino uno que ha sido prohibido por el gobierno español, al grado de que estén siendo confiscadas las boletas y levantadas las urnas. Gerard Piqué ha mandado un mensaje pidiendo que se salga a votar pero en paz (su argumento: “No les demos ninguna excusa. Es lo que quieren”). Días atrás, Xavi Hernández clamaba que “Es increíble que en un país democrático no nos dejen decidir. Estoy muy a favor del derecho a decidir y después va el fútbol”. Al tiempo, Pep Guardiola envió un mensaje desde Mánchester: “Esto no va de independencia. Va del derecho a decidir y de poder votar. Esto no va de independencia, va de democracia”.

 

No es papel de este texto opinar sobre si se equivoca el Estado español al prohibir el referéndum o sobre si los catalanes han rebasado la línea de la legalidad al organizar estos estos comicios. Lo relevante aquí es analizar la interacción entre esas dinámicas: la futbolística, que siempre es mucho más que eso en la Ciudad Condal, y la política, que de origen ha hallado en el escudo del Barça un sinfín de metáforas y simbolismos.

 

El del domingo no será un partido cualquiera en el Camp Nou. No lo será, como tampoco lo fue aquel clásico posterior a la muerte de Franco, primera concentración masiva de banderas catalanas de la historia. Como tampoco lo fue aquel, mucho más remoto, en 1925, en que se pitó por primera vez el himno español. Como tampoco cuando entró la primera de las Esteladas (insignia independentista), que hoy tapizan esas gradas. Como tampoco cuando surgió el grito de “independencia” a cada minuto 17 con 14 segundos, alusivo al 1714 en que los catalanes consideran que comenzó su sometimiento.

 

En su domingo más político y desafiante al Estado Español, tenía que ser: que actuara el Barcelona en casa. ¿Dios no ha jugado a los dados? Visto el contexto, difícil creer en la casualidad.

 

Twitter/albertolati

 

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