Adrián Moreno tenía 26 años cuando el terremoto en México sepultó los planes de futuro que compartía con su novio, Darío Hernández, quien durante una semana tuvo la fe inquebrantable de que el joven sería rescatado con vida del edificio derrumbado.
“Yo tenía muchísimas esperanzas de que saldría vivo”, cuenta en entrevista con Efe Darío, su novio desde hacía un año y nueve meses, que recuerda como “muy alegre” al joven licenciado en Psicología Social.
Adrián llevaba solo tres semanas trabajando en Álvaro Obregón 286, uno de los 38 inmuebles derrumbados de la capital y donde puede haber todavía una quincena de sepultados.
“Lo que nos consuela es que estaba muy contento en este trabajo. Se fue contento”, recuerda hoy Darío.
El terremoto agarró a Adrián cuando faltaba una hora para que saliera a comer y Darío, al enterarse del colapso de este edificio de oficinas, supo que su pareja estaba entre los escombros.
Pero no dudaba, por “terribles” que fueran los primeros instantes, de que su novio saldría vivo.
Pasaron las horas, los días. Darío, junto a la familia de Adrián y decenas de familiares de otros sepultados acamparon cerca del edificio.
“No me quería despegar ni un segundo. No dormí los primeros dos días. Pensaba: ‘¿Y qué tal si ya sale?'”, explica este joven de 27 años, gerente de ventas en una automotriz.
Los amigos y la familia, que lo mimaron desde que supieron, e incluso el cariño transmitido desde las redes sociales, empujaron a Darío a mantener los ánimos.
También las informaciones -a veces difusas, a menudo inexactas- que aseguraban que había gente con vida bajo los escombros, incluso Adrián.
Unos días después del movimiento telúrico se colgó en el campamento una pancarta que dio de nuevo fuerzas a los familiares: “Adrián, eres un guerrero. Tu familia, tus amigos y Darío te estamos esperando”, rezaba el cartel, adornado con unas notas musicales y unas pizzas.
“Le gustaba mucho comer. También le gustaba mucho la música. Disfrutaba cada canción, para él cada grupo musical era su favorito”, rememora Darío.
Pese a sentir impotencia, tenía plena confianza en los rescatistas: “Yo no sé mover una roca, y si Adrián está abajo y se cae la construcción, lo mato”, se repetía.
Se cumplió una semana del terremoto, pero Darío seguía confiado en que Adrián -un chico con “muchísima energía”- seguía vivo. “Yo hablaba con Dios y le decía: ‘No lo hagas para evitarme a mí el dolor, hazlo por él, porque ama vivir”.
El pasado lunes, Darío se alejó de la zona cero para ir a su casa y bañarse. “Hoy va a salir y quiero que me vea bien, sino no me va a reconocer. Quiero que siempre vea que estuve al pie del cañón”, se dijo a sí mismo el joven.
Ese mismo lunes, una llamada quebró todos los planes de esta pareja, muy consolidada y querida por la familia y los amigos.
Habían encontrado a Adrián y estaba en el centro forense. “Esto puede ser acabe, pero no de la manera que estábamos esperando”, lamentó Darío.
La familia de Adrián y el propio Darío identificaron el cadáver, aunque el cuerpo estaba irreconocible porque falleció de un impacto el mismo día del terremoto.
El martes realizaron el velorio en una funeraria de la delegación de Iztapalapa, un acto que, aunque fuera por unos instantes, regresó la paz a Darío y a la familia de Adrián.
“Con su familia quedamos unidos para siempre, porque el amor de ellos como familia y yo para ellos es eterno. No se puede destruir ni manchar por nada”, explica.
La funeraria se abarrotó. No había espacio de tantas flores que llegaron. La felicidad de ver que Adrián era tan amado se mezclaba con la incredulidad. “Este no puede ser tu funeral”, le decía.
De tanta gente, “más que un velorio, empezó a parecer una fiesta”, y fue cuando Darío le mandó un mensaje a Adrián con el humor que se gastaban habitualmente. Y le dijo: “Pinche Adrián, ni siquiera en tu funeral me dejaste llorar”.
Unos días después del entierro, Darío empieza a asumir la dura realidad. “Saber que ya no va a estar. Ver su sonrisa, su mensaje al final del día. No podíamos estar separados”, lamenta.
Consciente de que no conseguirá asimilar la pérdida solo, ha buscado ayuda con una psicoterapeuta y espera que el deporte, que practicaba tan a menudo en el Bosque de Chapultepec con su “Coco”, así se apodaban, le ayude a salir adelante.
“Me da miedo empezar a construir una vida nueva, pero sé que es inevitable y poco a poco tengo que ir sacándolo”, concluye Darío.
En el recuerdo, y almacenados en su teléfono, miles de momentos con Adrián, con quien planeaba vivir y comprar un perro.
Una historia, una vida, segada por la peor tragedia en México desde otro 19 de septiembre, pero de 1985. Un rostro más allá del número, los 355 muertos que ya acumula la catástrofe.
ot