Interesantes, sin duda, encontrar paralelismos entre distintos personajes de la política que, teóricamente, se encuentran en distintos puntos de la geografía política. Éste es el caso de Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya, a quienes les hermana el ejercicio del autoritarismo como forma de hacer política.

 

Su forma de conducirse como presidentes de sus respectivos partidos, el más joven hoy en Acción Nacional y el más viejo antes en el de la Revolución Democrática, se pueden describir y dibujar como si se tratara de la misma persona.

 

Llegaron a la presidencia de sus partidos políticos de la mano de un poderoso padrino al que posteriormente y con absoluto descaro traicionaron, como lo hizo Anaya con Felipe Calderón y Gustavo Madero y de la misma forma que Andrés Manuel López Obrador le dio la espalda a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y persiguió hasta expulsarlos a todos sus fieles.

 

Ambos desprecian los principios democráticos y ejercen el poder de manera unipersonal; tienen trazado un proyecto específico y claro: alcanzar la Presidencia de la República a cualquier costo y subordinan a todo y a todos a ese único objetivo.

 

En la búsqueda de ese fin que los obsesiona, su estrategia está muy, pero muy lejos de la construcción de una política de amplias alianzas y acuerdos; al contrario, precisamente por su perfil autocrático, la forma en la que pretenden alcanzar su objetivo es despojar a sus partidos de cualquier asomo de disidencia, cerrándole las puertas a cualquier corriente o individuo que tenga una visión distinta a la de su proyecto, pero no sólo eso, sino atacando, persiguiendo y destruyendo cualquier tipo de liderazgo emergente que pudiera disputarle el control de las estructuras partidistas, de sus grupos parlamentarios y de la designación de candidaturas a alcaldías y gubernaturas.

 

Si bien Anaya encabeza al Partido Acción Nacional y López Obrador, al Movimiento Regeneración Nacional, uno declarado como de derechas y el otro autodefinido como de izquierda, ambos en los hechos, sin duda, dos conservadores que desprecian la cultura democrática, la libertad de los individuos para decidir sobre su cuerpo, sexualidad o filiación política y que tienen como norma ejercer la política bajo el principio de “el que no está conmigo está contra mí”. En la visión de Anaya y López Obrador no hay espacio para la disidencia o el pensamiento crítico, sólo caben su ley, sus dictados y sus imposiciones.

 

Ambos son el resultado de la falta de liderazgos, y se han construido a partir del pragmatismo. Los dos carecen de principios e ideologías, los contenidos de sus plataformas son vagos y, sin duda, caben perfectamente en la definición de populistas, pues se trata de políticos sin proyectos concretos y viables que le ofrecen a la sociedad y los electores resolver los problemas del país simplemente con su llegada al poder.

 

Así las cosas. Lamentablemente se está perfilada una elección para 2018 plagada de populistas y autoritarios que pretenden llegar al poder; ahí están los nombres: AMLO, Anaya, El Bronco, Ferriz de Con. A algunos de ellos hay que tomarlos en serio; son, sin duda, un riesgo para la democracia en nuestro país; otros son una caricatura, pero no dejan de ser un retrato de la descompuesta política mexicana rumbo a las elecciones presidenciales del año próximo.

 

 

caem