Gianni Infantino acudió presuroso a Buenos Aires para hablar de cuánto se necesita a los argentinos en el gran torneo. Cada quien lo leyó como quiso, pero resultaba evidente que en los cálculos de la FIFA no estaba albergar un Mundial sin Lionel Messi.

 

Tampoco, y acaso muchísimo menos, sin la selección de Estados Unidos como ha terminado por suceder. De todas las pérdidas que Rusia 2018 podía padecer, pocas más sensibles que esa. Claro, una Copa del Mundo sin Brasil o Alemania, se vería bastante desangelada. Lo mismo, sobre todo en términos económicos por su derrama al viajar a la sede, sin los ingleses y, debo decirlo, los mexicanos. Pero Estados Unidos era visto como el único con opciones reales de entre los países estratégicos, esos que ofrecen a partes iguales patrocinios y el sueño de posicionamiento ante una masa de nuevos seguidores: en esa lista de imposibles estaban China e India, al igual que Qatar aunque no por cuestiones demográficas sino por su músculo económico y por ser el próximo anfitrión.

 

Como toda tormenta perfecta, esta tuvo su buena cuota de sorpresa. ¿Qué tan poco factible era la eliminación? Hacía falta la coincidencia de tres resultados: que Estados Unidos cayera, que Panamá y Honduras ganaran (según advertía un blog estadounidense: tan factible como que Hillary Clinton perdiera las pasadas elecciones: 12 por ciento; cuota que bajó al 4 por ciento cuando Panamá y Honduras eran derrotados al medio tiempo).

 

Noventa minutos y el destino, a su cruel manera, también ajustaba cuentas: Trinidad tenía que haber ido a Italia 1990, justo donde empezaron los 24 años ininterrumpidos de la US Soccer en Mundiales. Sucedieron entonces, en el duelo clasificatorio final entre las dos selecciones, demasiadas circunstancias que hicieron pensar que la FIFA había obligado a beneficiar al que sería anfitrión cuatro años después.

 

Se engañaría quien atribuya al fracaso al gol fantasma en Panamá o al poste de Clint Dempsey: para no ir a un Mundial en un Hexagonal de Concacaf, hace falta demasiado esmero y nuestros vecinos lo tuvieron; esmero en modo de soberbia e inoperancia.

 

El mayor golpe llega porque, hasta ahora, EUA estaba convencido como nadie de que su trabajo era impecable, creía en su proyecto, se vanagloriaba de sus avances, se creía dueño del futuro, se presentaba en seminarios para dictar cátedra. Las cifras, los televidentes, el peso de la MLS, el modelo de negocio, la generación de talentos en las nuevas académicas, las exportaciones a ligas europeas, incluso la incursión en el futbol del Star System del futbol (Leonardo Di Caprio en los estadios de Brasil 2014, Kobe Bryant twitteando, Barack Obama celebrando, Hulk Hogan, Sofía Vergara y demás celebridades mandando mensajes) permitía pensar en lo impensable: la tierra que se atrevió a decir no al balón redondo, al fin había claudicado.

 

¿Qué cambiará ahora? Esa es la duda, porque al interior de su federación están convencidos de que ninguna revolución es necesaria, pero, a la vez, un cuatrienio como este obliga a corregir.

 

Lo primero, que su detección de talentos ya no es tan buena por una sencilla razón: que en la mayor parte de sus academias es necesario pagar para jugar, lo que deriva en un esquema más adecuado para ocio elitista, que para capacitación indiscriminada de multitudes.

 

Infantino viajó a Argentina, inconsciente de que su presencia era más necesaria en Trinidad. La peor de sus pesadillas: peor que perderse a Messi, perderse a la tierra que garantizaría el influjo de dólares.

 

 

Twitter/albertolati

 

 

caem

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