El costo logístico puede triplicar el valor de una lata de atún o una botella de agua entregada a la población afectada en una zona de desastre. Así ocurrió en 2010, después de que un terremoto devastó Haití, relata Isaac Oxenhaut, responsable de que miles de tonelada de productos acopiados por la Cruz Roja lleguen a su destino.
¿Cuánto cuesta enviar ayuda a Oaxaca?, se le pregunta. “Una fortuna”, responde al ser entrevistado minutos después de despachar en el centro de acopio instalado en la sede central de la Cruz Roja, en la Ciudad de México, un tráiler con 22 toneladas de ayuda rumbo a Ixtepec, Oaxaca.
Con 47 años de labor en la institución, primero como rescatista voluntario y actualmente como coordinador Nacional de Socorros, Oxenhaut Gruszko explica que no existe una cifra oficial, pero sólo el costo de traslado podría ser de 20 mil pesos.
Pero además del transporte hay que sumar las horas-hombre invertidas en clasificar los productos, revisar su caducidad, empacarlos y acomodarlos dentro de la unidad, dice mientras señala a los cientos de cajas blancas con el emblema de la Cruz Roja que esperan su traslado a los cientos de comunidades devastadas.
En la etapa de la emergencia partían a diario de este punto hasta seis tráileres con entre 100 y 150 toneladas de productos. En este momento se despachan una o dos unidades.
Para el hombre que ha coordinado la entrega de ayuda humanitaria en desastres naturales en México y otros países como Haití, “habrá que ir cambiando la cultura de la donación”. En su opinión, un modelo menos costoso sería que la gente acudiera a un supermercado, comprara los productos que desea donar y el supermercado se comprometiera a entregar esos mismos productos en Chihuahua, por ejemplo.
Recuerda que en 2010, México envió unas ocho mil toneladas de ayuda a Haití y en una evaluación posterior con funcionarios del Gobierno federal la conclusión fue que el traslado triplicó el costo.
No obstante, reconoce que el “corazón del mexicano es el más grande” cuando se trata de donar. Recuerda lo ocurrido en 1985, cuando llegaron a ese mismo centro de acopio abrigos de Mink o caviar enlatado para apoyar a los daminificados o recientemente, con los sismos de hace unas semanas, que recibieron botellas de Baileys o cajetillas de cigarros, “de esos chinos, piratas”.
“Ya aprendimos de protección civil, de evacuación, de alertamiento, pero nos falta ese tramo, qué hacer después del sismo, desde cómo donar hasta qué hacer en materia vial. Minutos después del sismo, la ciudad se convirtió en el estacionamiento más grande del mundo: llegar de aquí al edificio de Álvaro Obregón, con sirena, me tomó dos horas y media. Ese es el pedacito que no falta”, concluye”.
*edición impresa 24 Horas
caem