Donde caducan pronto los aparatos electrónicos, las relaciones personales, las modas y tendencias. Donde lo que hoy se canta y baila globalmente, hastiará en breve y pasará al baúl de lo poco memorable. Donde lo bueno pronto será malo y viceversa. Donde los ciclos son tan cortos que cuesta llamarles así, no puede ser menos perecedero el crédito otorgado a esos símbolos de la actualidad que son las estrellas del futbol.
El imperio de lo efímero, tituló a un libro ya hace unos buenos años el filósofo francés Gilles Lipovetsky; imperio que hoy devora a los jugadores, sometidos a examen perpetuo, obligados de manera diaria (o, por no exagerar, bisemanal) a probar su capacidad y compromiso, agobiados al inicio de cada partido con volver a reunir elementos para su canonización, como si noventa minutos tuvieran derecho para borrar lo hecho en más de diez años.
Pensando en Cristiano Ronaldo y Lionel Messi, un par de años atrás comparaba su exigencia con el Mito de Sísifo: jugar como subiendo una piedra, que al siguiente amanecer habrá vuelto a caer y tendrán que devolver a la cima; por una vez que la roca ruede antes de tocar la cúspide, serán juzgados y descalificados.
Traigo eso a colación por una declaración muy certera (tanto, como su futbol…, y eso es muchísimo decir) del mediocampista del Real Madrid, Isco Alarcón. “Un día eres dios y si fallas cinco pases te quieren echar”. Así de rápido, así de extraño, así de injusto, en eso se ha convertido esta maquinaria.
Que nadie que no los vio se engañe: con absoluta consistencia no jugaron Pelé ni Maradona, quienes por supuesto tuvieron días mejores que otros, incluso más seguido de lo que se piensa acumularon algunos bastante malos.
A su favor estaba una memoria popular menos limitada, de la que a su vez brotaba una confianza más resistente. Por ejemplo, hoy Messi es respetado en Argentina y eso durará hasta el siguiente cotejo en el que no se comporte como el imaginario colectivo albiceleste concluye que siempre se comportó Diego Armando. Algo parecido con Cristiano Ronaldo con su primer gol de liga con el Madrid: un bálsamo para quien ha convertido la ansiedad de red tanto en su principal combustible como en su mayor rival.
Una serie de partidos brillantes, como los de Isco, demandan en los medios podio de Balón de Oro. Un par de malos, incitan a pensar en decadencia, arrogancia, desidia y la constatación de que quien se pensó que era tan bueno, en realidad sólo fue capaz de engañarnos.
Nada raro en este imperio de lo efímero, en el que las canciones alcanzan récord de oyentes con la misma velocidad con que se desvanecen.
Justo así, pero con los goles.
Twitter/albertolati
caem