Llegué con ciertas preocupaciones a la expo El Che: una odisea africana. Se cumplen 50 años desde la muerte de un hombre que pasó a la historia como un guerrillero compulsivo, cosa que fue, pero que también formó parte de un Estado camino al totalitarismo caribeño, el castrista, al que sirvió con una pulsión sangrienta que nunca ocultó –ejecutaba gente no sólo con fe, sino con placer– y con una incompetencia proverbial para la gestión económica, como funcionario. Lo que me preocupaba era ver a San Ildefonso –o sea, la UNAM– como promotor de otro panegírico a mayor gloria del “guerrillero heroico”. Y lo es, aunque de un modo ciertamente amortiguado.
Poco es lo expuesto en San Ildefonso: fotografías de gran formato, varias ciertamente muy poderosas en términos testimoniales y hasta simbólicos, y unos cuantos papeles originales, de puño y letra o mecanografiados, de y sobre lo que constituye el corazón de la muestra, es decir, las notas diarísticas de Guevara en el frente africano. Apropiadamente, San Ildefonso atiende a un momento importante en la vida del Che, adicto a los momentos cruciales, y un momento todavía perdido en el misterio. Al argentino se le quemaban las habas por volver al frente, al territorio de la muerte violenta, luego de su desafortunada gestión en Reforma Agraria, en el nuevo gobierno. Y en el frente tuvo una experiencia aún más desafortunada. Llegó clandestinamente a tierras africanas, esperó una eternidad a que lo recibiera un despectivo Kabila, el jefe de las fuerzas de izquierda en esa guerra civil espeluznante, y al final se retiró decepcionado, sin un ápice de gloria. Fue, y lo cito, la “historia de un fracaso”.
La exposición difícilmente podía prestarse, en ese sentido, a la épica. Pero invitaba a una reflexión profunda sobre el Che y su contexto, a hacer un balance crítico que no se encuentra en las salas de San Ildefonso. Es decir, a revisar a profundidad su pasión por las ejecuciones sumarias; el ímpetu suicida con que enfrentó cada campaña; el despropósito de ir a pelear a una tierra desconocida, con tropas desmotivadas y que se negaban a cavar trincheras porque la tierra es para los muertos, y el modo en que ese despropósito, que anticipó su muerte atroz en Bolivia, ayudó a crear un mito. Hay al final, discretamente, un elogio al carácter altruista, la pasión justiciera del Che. Y no mucho más. Ocasión perdida.
La idea de la exposición es que Guevara mismo cuente su aventura congoleña, de página en página y de imagen en imagen. Resultó ser un narrador sin punch.
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