Desde hace ocho meses, lo mismo da. Ocho meses, justo desde que el Leicester City optara por dejar de ser especial y se convirtiera en un equipo común y corriente (incluso más lo segundo que lo primero). Ocho meses, cuando se atrevió a echar al director técnico que había desencadenado el mayor milagro en la historia de las grandes ligas europeas o, acaso, del futbol en general.
Claudio Ranieri, el que hizo campeón a un club abocado a celebrar por no descender, fue despedido en febrero y en su sitio se asignó a un personaje que destacaba más por su apellido que por su experiencia previa. Como su célebre homónimo de cuatro siglos atrás, el entrenador Craig Shakespeare terminó por personificar una de las citas más memorables del dramaturgo: “El mundo es un escenario y todos los hombres y mujeres son meros actores: tienen sus salidas y sus entradas”.
Su salida de escena llegó más pronto que tarde y la tragedia de este Hamlet se consumó, como la del Leicester se perpetua a menos de año y medio de su coronación: entre ser y no ser, los Foxes eligieron el segundo camino, movilizados a bordo de la ingratitud y la traición.
No importa quién llegue, es evidente que lo que se rompió en ese proyecto difícilmente sanará. Tampoco importa lo que suceda, el Leicester ha vuelto a ser lo que era y lo que todo peso ligero del balón sueña con dejar de ser: un equipo de medio pelo, de los que cambian de líder a cada año, casi con cada viento, y se conforman con no perder la categoría.
Atraído con magneto hacia su naturaleza enana, el campeón de la temporada 2015-16 fue autodestructivo en la defensa del título. Fueron los jugadores, esos desconocidos e infrapagados antes de Ranieri, con su pésimo rendimiento. Fue, sobre todo, la directiva al despedir a una persona que sólo podía irse develando antes una estatua y la señalización con su nombre en la calle que lleva al estadio.
Siendo el futbol tan proclive a las conspiraciones como el universo shakespereano (por William, aunque no lo sé si también en la salida de Ranieri por Craig), seguramente el Leicester volverá a ganar partidos con su nuevo entrenador. Lo hará por unos meses hasta que su plantel, engendro de golpistas que remiten a los personajes de Cassius y Brutus, se canse de él. Entonces vendrá un nuevo sabotaje y así al infinito.
“La culpa, querido Brutus, no recae en las estrellas, sino en nosotros mismos que consentimos en ser inferiores”, habrá de recordarse al Leicester la frase de la obra Julio César: habiendo podido ser tan grande, hoy es tan pequeño como antes del milagro, tan pequeño como el destino más generoso le había obsequiado dejar de ser.
Twitter/albertolati
caem