En las terapias de choque, como en todo en la vida, existe cierta barrera que no puede ser rebasada: ese punto que, pase lo que pase y sin importar los graves síntomas, permanecerá infranqueable; acaso porque el remedio será peor que la enfermedad, acaso por compromiso ético o mero respeto a quien paga por ser atendido, acaso por un rotundo no ante el que resulta mejor evitar preguntas…, pero de cierta frontera es poco recomendable pasar.
Frontera que Paco Jémez transgredió el sábado: anunciar, hastiado profeta azul del nihilismo, que el equipo al que dirige, que uno de los clubes más queridos del país, que una institución por la que han desfilado enormes talentos, que ese Cruz Azul ocho veces campeón de liga, no es un grande.
Difícil debate cuyo punto de partida pueden ser algunas referencias: grande siguió siendo la selección uruguaya cuando acumuló cuarenta años sin meterse a semifinales de un Mundial e incluso se habituó a ni siquiera calificar al torneo; grande es el Atlético de Madrid, aun limitado a dos títulos en cuatro décadas en las que hasta algún descenso padeció; por asomarnos a otro deporte, grandes continuaron siendo los Medias Rojas de Boston durante casi un siglo en el que culparon al esoterismo de Babe Ruth por no coronarse. Caso distinto con algunos gigantes oxidados en la nostalgia, como Torino, Aston Villa, Saint Etienne, la selección húngara, aristócratas de otra era, resignados a que ya nada les será ni remotamente como les fue: en presupuesto y posibilidades, en ilusiones y mera fe.
Factores esos últimos que, pese a tan fatalista pasado reciente y a tan inverosímiles derrotas, Cruz Azul sólo perdió a medias: con su presupuesto y sus posibilidades, no hay razón material para enterrar tanto la ilusión como la fe. Por contrastarlo con uno de los ejemplos recién citados, el Torino se mantendrá en la añoranza mientras no aparezca un millonario del Golfo Pérsico empecinado en verlo dominar Europa –a propósito de la palabra “grande”: su estadio ahora se llama Grande Torino en estoico recuerdo del futbol que hizo en los años cuarenta, antes de que un accidente aéreo acabara con ese plantel; grande en el nombre porque ya no puede serlo en la realidad…, como la Máquina sí puede, al menos desde la perspectiva económica y competitiva.
Situación que me lleva a pensar que Cruz Azul sigue siendo un grande y más al pertenecer a un certamen en el que, guste o no, la grandeza se define más con poder de convocatoria que con títulos.
Paco Jémez se equivocó doble: por un lado, al negar algo irrefutable como la grandeza de Cruz Azul; por otro y mucho más grave, al hacerlo siendo su líder.
Terapia de choque, sí: para espolear al plantel, para disminuir la presión desde el entorno, para adelantar una excusa en caso de volver a quedar fuera de liguilla.
Como sea, hasta para las terapias de choque hay un límite que no es recomendable traspasar; sobre todo cuando, como en este caso, el tratamiento ofrece mayor peligro que la enfermedad.
Ahora habrá de explicar a los patrocinadores que posibilitan su salario, que han invertido tantos millones y aliado su marca con un equipo de medio pelo.
Twitter/albertolati
caem