Sorpresa, no. Miedo o mayor nivel de vulnerabilidad, tampoco.

 

El que aparezcan amenazas periódicas contra el Mundial 2018 de parte de grupos terroristas o desde el extremismo islámico, puede dejarnos de cualquier forma menos extrañados o estupefactos: por desagradable que suene, es lo normal.

 

Lo normal por la naturaleza del evento. Lo normal por el rol que se ha atribuido al futbol en esta especie de choque entre civilizaciones. Lo normal por lo que experimenta Rusia de forma rutinaria.

 

Si lo que el terrorismo pretende es notoriedad o atracción de la mayor cantidad posible de reflectores, entonces no puede hacer a un lado al evento que atrapa a más millones de personas y, además, en los rincones más variados del planeta. Osama bin-Laden, a diferencia de organizaciones actuales como ISIS, sí era aficionado al futbol, lo que no evitó que coordinara un atentado contra el partido Inglaterra-Túnez de la primera ronda de Francia 98 (según algunos de sus biógrafos, ese intento desmontado por la inteligencia europea, propició sus ataques contra las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia, apenas un mes después del torneo). Por ello, incluso cuando el anfitrión de un gran evento no ha tenido enemigos o no posee especial animadversión de los terroristas (pensemos en Atenas 2004 o Sudáfrica 2010), la alerta es máxima.

 

El segundo punto es lo que representa el futbol. Por un lado, como símbolo máximo de Occidente, de sus rutinas, de sus pasiones, de su ocio, de su hegemonía cultural sobre el mundo. Por otro, por la forma en que atrapa la atención de millones de devotos musulmanes, para molestia de la corriente más extrema del Islam. No en vano, ISIS ha iniciado muchas de sus tomas de aldeas pulverizando canchas de futbol y varios de sus ataques han sido en contra de aficionados contemplando un partido ante el televisor (lo mismo, al-Shabab en Somalia y Boko-Haram en Nigeria). Eso también explica que en la trágica noche parisina de Bataclan, el plan hubiese sido comenzar por el Francia-Alemania que se jugaba sobre el césped de Saint Denis, precisamente las dos selecciones más multiculturales. Ahí viene una paradoja: porque el futbol también ha sido ocupado como método para reclutar adolescentes, aunque una vez adoctrinados, este juego queda prohibido: por ser ajeno a su cultura, por no haber existido en las generaciones inmediatamente posteriores al profeta Mahoma, por ser considerado distractor de la Guerra Santa.

 

Y tercero, la dilatada confrontación del Estado ruso con el extremismo islámico tanto en Chechenia como en Daguestán (no en la República Tártara, en cuya capital Kazán se disputarán partidos, región musulmana pero tolerante y pacífica). Apenas en marzo, San Petersburgo padeció un severo atentado en su sistema de transporte público y Rusia convive de manera constante con esa situación.

 

Establecido lo anterior, podemos todo menos sorprendernos con las amenazas terroristas y panfletos, por mucho que tengan la crueldad de incluir el rostro de algún futbolista como Lionel Messi: lo que pretenden es ruido y saben que, sea atacando sólo amenazando, en el futbol lo tienen garantizado.

 

Twitter/albertolati

 

 

 

caem

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