El producto más vendido y deseado del mundo se ha descuidado. Quizá por lentitud, quizá por mera ineficacia, quizá por negligencia, pero la FIFA lo ha permitido.

 

Hay dos asuntos más graves incluso que haber tardado tanto en implementar la tecnología como apoyo al árbitro: el primero, implementarla tan mal que, de momento, se preste al caos y mantenga un alto índice de errores; el segundo, no implementarla todavía en todos los torneos que portan la marca FIFA, como lo es el actual Mundial Sub-17 en India.

 

En plenas semifinales de este torneo, fue negado a la selección de Mali un gol que claramente entró a la portería. Llevar el tema hacia la inevitable equivocación arbitral y la condición humana de los jueces, ya resulta absurdo: precisamente porque eso se sabe desde que el futbol es futbol, aun antes de que tomara estas velocidades imposibles para mortales, es por lo que la tecnología tiene que respaldarlos.

 

El colmo ha sido que la falla se diera bajo la única circunstancia que la FIFA ya tenía controlada en pasados certámenes con el Ojo de Halcón: definir si un balón entra ya no supone controversia cuando se cuenta con esa herramienta –a diferencia de un penal o expulsión que siempre implicarán dudas, por repeticiones y televisores que se consulten.

 

Como sea, la FIFA prefirió ahorrárselo en el Mundial Sub-17, con la esperanza de que nada polémico sucediera sobre la línea de meta. Grande es la Ley de Murphy, porque si en Brasil 2014 estuvo disponible sin realmente haber sido necesario, en India 2017 se requirió el Ojo de Halcón y no se tuvo al alcance.

 

La razón son los costos, lo que nos devuelve a cuanto hace mal la administración del balón. Se entiende que lo generado económicamente en el Mundial mayor, ha de utilizarse para sufragar el resto de los eventos del cuatrienio, con los cuales el negocio es más limitado. Cifras que, sin embargo, habrían de bastar para que exista una justicia homologada en todo torneo oficial a nivel de selecciones.

 

Eso nos lleva a la actual crisis del organismo, con millonarias pérdidas anuales y la necesidad de recuperarse tras la escapada de varios patrocinadores con los escándalos de corrupción. Así, la FIFA, que tendría que vivir con la mayor de las holguras y estar sobrada en recursos para cargar con cuanto proyecto surgiera (empezando por imponer un marco de justicia en todos sus Mundiales), tiene que priorizar desembolsos y recurrir a cierta austeridad.

 

¿Austeridad ante el producto más deseado del planeta, el más global, el que mayor pasión supone en más culturas e idiomas? Sí. A eso se ha llegado. En parte por ello, un Mundial sub-17 padece tamaña regresión: no conceder un gol que entró por al menos medio metro a la portería.

 

Twitter/albertolati

 

 

 

 

caem

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