Ni la manera de ejercer el poder ni los excesos sexistas son lo que más me perturba en el escándalo protagonizado por el otrora uno de los hombres más poderosos de Hollywood, el productor estadounidense Harvey Weinstein, es la escasez de reacciones masculinas y sobre todo la duración -más de 30 años- de la hermética impunidad que rodeó un sinnúmero de casos de abusos sexuales en la meca del séptimo arte, el mismísimo centro de la élite liberal.

 

Manoseos, palabras lascivas, propuestas para tríos eróticos, citas de trabajo sin ropa, papeles en películas a cambio de sexo, invitaciones a orgías… Todo mundo en Hollywood estaba acostumbrado a este tipo de comportamientos que parecían parte del sistema, todo mundo sabía, sin embargo la ley del silencio- íntimamente relacionada con el poder- no se habría roto si no hubiera sido por el artículo de The New York Times que decidió, en fin, revelar el secreto de Polichinela.

 

Celebridades planetarias de la talla de Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow o Rosanna Arquette se atrevieron súbitamente a relatar sus incómodas experiencias con el llamado Calígula del Séptimo Arte. Esperaron mucho, largos, largos años para acusar al ex magnate de Hollywood, el mismo Hollywood que llenó sus currículum de roles espléndidos, las salpicó de gloria y las elevó a los altares como divas.

 

Cuando explotó la bomba, otras mujeres gigantes de la industria cinematográfica se apresuraron a ofrecer declaraciones de condena: Kate Winslet, Meryl Streep, Jennifer Lawrence -todas comprometidas con causas feministas-; no obstante, sus voces se reducen a “por ahí escuché rumores. Me arrepiento de no haber actuado antes”. Oían cosas, pero no querían mojarse. La culpa consistente en el silencio cómplice tenía que quedar lavada.

 

La hipocresía de Hollywood parece no tener límites. Muchas de las que hoy cubren de lodo al “depredador” Weinstein posaban junto a él felices y sonrientes hace poco tiempo, la mismísima Gwyneth Paltrow, por ejemplo. En las fotos relativamente recientes aparece también Hillary Clinton, beneficiaria de las donaciones que Weinstein recaudó para su campaña electoral.

 

¿Por qué las grandes actrices de hoy no se quejaron inmediatamente después de haber sufrido abusos por parte del productor en cuestión?- escucho mucho esta pregunta. ¿Por miedo a romper la oferta? ¿No querían destruir su carrera? ¿No se atrevían? Paradójicamente, el hombre que tenía capacidad de hundir a divas y construir mitos del celuloide es ahora el enemigo público número uno de Hollywood.

 

Los tentáculos del caso Weinstein rápidamente llegaron a Francia, la patria del cine, menos puritana que Estados Unidos, pero igual de hipócrita. Los ecos, una verdadera avalancha de reacciones, no se hicieron esperar. Inspiradas en sus colegas al otro lado del charco, destacadas actrices galas que la hicieron en Hollywood, entre ellas Emma de Caunes, Judith Godrèche o Léa Seydoux (la chica Bond en Spectre), rompieron el silencio con relatos más o menos repugnantes sobre lo que les tocó experimentar en compañía de Weinstein. “Se lanzó sobre mí y trató de besarme cuando estábamos platicando en el sofá de su habitación de hotel… Me miró como si fuera un trozo de carne”- confesó Seydoux.

 

La gran Isabelle Adjani no titubeó en declarar que el sistema de depredación existe también aquí, la diferencia consiste en que en el cine francés los abusos llevan el disfraz de seducción, compuesto por tres “G”: galantería, grosería y guarrería. “Estando entre productores he escuchado frases como: ‘Las actrices son todas unas putas. Las mujeres no son tan inocentes, pues se prestan al juego’”. Ésta es la lógica del depredador francés que descifró la protagonista de La reina Margot.

 

El escándalo que salpica al ex hombre fuerte de Hollywood llevó a la periodista gala Sandra Muller a exhortar a todas las mujeres a denunciar en redes sociales, con nombre, apellido y pormenores, a sus acosadores sexuales en el trabajo.

 

Bajo el hashtag “balance ton porc” o “destapa a tu cerdo”, decenas de miles de francesas de todas las categorías profesionales se pusieron a contar experiencias, a menudo odiosas, con sus superiores. Se abrió de par en par la cloaca, aparecieron en ella nombres de políticos y empresarios conocidos. El éxito de la consigna en redes sociales sorprendió a propios y extraños. A las mujeres les urgía liberar la palabra.

 

Pero ahí no termina la historia. Después del ataque viene el contraataque. En esta guerra de sexos, la venganza es un plato que se sirve frío. Un grupo de varones franceses lanzó el hashtag “balance ta pute” o “denuncia a tu puta”. Más bajo ya no podemos caer.

 

El caso Weinstein tocó la cúpula del Estado galo. El presidente Emmanuel Macron ya inició los trámites para retirarle al linchado productor estadounidense la Legión de Honor, máxima distinción de la República Francesa.

 

 

 

caem