El crimen organizado ha tenido un buen reflejo en la literatura mexicana. Nuestra masacre cotidiana, nuestras ciudades secuestradas, nuestros gobiernos infiltrados por el hampa y nuestros policías que son hampa tienen unas notables versiones narrativas en las obras de Carlos Velázquez (El karma de vivir en el norte es un libro obligado), Yuri Herrera, Juan Pablo Villalobos o Martín Solares (No manden flores es una novela brillante sobre el horror de su Tamaulipas), por mencionar apenas a cuatro de los relatores de la guerra sin cuartel que vivimos desde hace años. Y sobre todo en la de Élmer Mendoza, poeta y ensayista, pero sobre todo extraordinario narrador sinaloense (1949), que se ha encargado de contarnos el día a día de Culiacán a través de los ojos, y sobre todo del verbo gracioso e imposible de Edgar El Zurdo Mendieta, policía razonablemente honesto, querendón pero solitario, bueno de alma y duro de superficie como todo detective de novela negra que se precie.
El Zurdo saltó al terreno de juego con Balas de Plata, hace casi 10 años, y tiene ahora una quinta entrega, Asesinato en el Parque Sinaloa, que es verdaderamente una joya. Está en plena forma, el joven Mendoza. Todas las virtudes de la saga mendietana están aquí: las referencias musicales, el lenguaje florido y barroco y rítmico de la calle sinaloense que hace que la novela entre casi más por los oídos que por los ojos, el sexo, la intriga bien eslabonadita, el humor cáustico. Y tiene algo más: un paso evolutivo de esos que son obligados en la policiaca de buena calidad, porque las novelas de Élmer Mendoza son, también y quizá sobre todo, novelas policiacas.
Al Zurdo lo sorprendemos al inicio de la novela en un retiro que lo está matando: abandonada la fuerza policiaca, se dedica a trasegar McCallan sin contemplaciones, solo, maloliente y deprimido. Y es que sí: todo buen escritor sabe que su detective necesita un periodo de decadencia. Pero le toca regresar: a un amigo no se le niega un favor, y ese asesinato hay que desentrañarlo. Y si él se ve más escéptico y más decadente, las calles de Sinaloa, ese mundo tan bien recreado por Mendoza desde 2008, no están mejor. La violencia loca, las adicciones, la corrupción se han enseñoreado; parecía imposible, pero lucen peor que en novelas pasadas.
Las novelas que han acompañado a un México terrible y fascinante, como ellas.