“Es un largo camino hacia el final. Adonde nunca has estado antes…” (Paul McCartney, Queenie Eye).

 

La vida es como una canción. Nace de una musa. De la inspiración. De un legado cultural, social, genético. Del placer. De la necesidad. Del dolor. Del llanto. De la lucha por sobrevivir y trascender. De la alegría.

 

El estribillo se repite entre puentes, versos, solos, improvisación, tiempos, y una coda.

 

Y al final. El silencio. La muerte. Pero ella puede esperar hasta el 1 y 2 de noviembre.

 

La noche del 28 de octubre de 2017 fue así. Como una sola canción. Una obra maestra llena de cambios de ritmo y de vida.

 

“Fuerza, México”, gritó Paul McCartney en un Estadio Azteca repleto y ante todas las generaciones que es posible reunir. Gente de la tercera edad. De la generación X, millenials, y muchos, muchos adolescentes y hasta niños.

 

Fuerza… “Toda la gente solitaria. ¿De dónde viene? Toda la gente solitaria. ¿Adónde pertenece?” (Paul McCartney, Eleanor Rigby).

 

Paul McCartney es el único músico que puede darse el lujo de tener como previa a su concierto cualquier cantidad de canciones de su autoría en manos de un DJ. Y sin repetir ninguna. Y llevarnos desde el rock and roll hasta la música clásica, pasando por la electrónica.

 

Anoche nos tomó de la mano. A cada uno.

 

A Faby y Aisha con Hey Jude, el tema que le escribió a Julian Lennon y que revolucionó la forma de presentar canciones en la radio.

 

A Adriana con A Hard Day’s Night. Con un cierre que se ligó a Save Us. Y así salvó a Mariana, a Laura, a Rosi, a Santiago, a Emiliano, a Ernesto.

 

A George Harrison lo tomó de la mano con Something. A John Lennon con Here Today, mientras me robaba algunas lágrimas. Y no lo soltó hasta cantar A Day In The Life y Give Peace a Chance.

 

A George Martin lo tomó de la mano con Love Me Do.

 

A los muertos por el sismo, a los damnificados y a todos los que sobrevivimos nos agarró fuerte, muy fuerte, con Eleanor Rigby y Let It Be.

 

A Jimi Hendrix con Foxy Lady al final de Let Me Roll It.

 

A los derechos humanos con Blackbird. Una exigencia en éste y en muchos países.

 

A las mujeres todas, con Lady Madonna.

 

A tantos otros con Yesterday.

 

A mí, con Maybe I’m Amazed. Con Queenie Eye y con Helter Skelter, una de las madres del heavy metal. Canción maldita para algunos. Bendita y liberadora para otros.

 

La sorpresa fue un fragmento de Back Seat of my Car: “Un caos de luces hermosas. Podemos detenernos en la Ciudad de México”.

 

La escala la hicimos todos juntos. Con la idea de guardar esta noche para siempre. Mucho se ha difundido el rumor de que ahora sí, Paul podría bajarse de los escenarios. Aunque todavía regala cielos nocturnos de éxtasis e invita a la Luna a asomarse para ver quien le canta de esta forma.

 

Quién toca el bajo. La guitarra. La batería. El piano. Todo, como un auténtico hombre orquesta que nació con el Sgt. Pepper’s.

 

Live and Let Die, hizo estallar el Azteca. Y el cielo recreó una especie de Big Bang de donde nacimos todos. De donde comenzó nuestra historia hasta llegar a esta noche convertida en el final de los tiempos.

 

Birthday nos celebró y puso a cuatro jovencitas a bailar junto a Macca.

 

The one and only lonely Sargento Pimienta se despidió. Esta vez no era Billy Shears. Sino un Paul McCartney de 75 años. Leyenda viva del rock and roll. Genio de la composición. Quien aún grita recordando sus mejores tiempos invitándote a saltar. A desplegar las alas. A volar. A llorar. A abrir los ojos y ser libre. A bajarte del mundo por un instante y contemplar el cosmos por una ventana que solo un grande como él sabe abrir.

 

Y sí, “al final, el amor que te llevas es igual al amor que entregas”. La ecuación de un maestro que cerró así una de las noches más maravillosas de un año nefasto, que aún con toda su mierda (de desastres naturales, políticos y de corrupción), se vio iluminado por un genio.

 

Paul nos tomó de la mano. Y dijo “hágase el rock and roll”. Porque la vida es como una canción.

 

aarl