Al término de la entrevista que le realicé al anterior Presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, a principios del mes de junio, me dijo de una manera categórica que habría referéndum “sí o sí, incluso a costa de la cárcel”. Parecía tan seguro que llegué a creérmelo. Y sí, sus predicciones se cumplieron, al menos la primera. La segunda, la de prisión, está a punto de caer, si no es que cuando lea estas líneas ya ha ocurrido.
Con respecto al “referéndum”, sólo quisiera hacer unas matizaciones. Lo que ocurrió el 1 de octubre tiene de referéndum lo que yo de croata. No quiero ser hiriente, pero esas urnas que pusieron son las cajas que utilizamos en casa para guardar la ropa de verano, ésas que en España se adquieren en las tiendas de los chinos donde todo lo que se compra se rompe.
¿Qué validez podrían tener esas urnas de juguete donde muchos ciudadanos votaron varias veces?, ¿qué validez podrían tener esas urnas de juguete cuando no había un censo?, ¿qué validez podrían tener esas urnas de juguete, donde ni los observadores que fueron invitados, quisieron avalar el resultado de la consulta? Aquello fue un circo lamentable del que se arrepentirán toda su vida, sobre todo cuando nuestros hijos y nietos lo estudien en los libros de historia.
Pero es que lo que sigue está peor. Puigdemont ya no es Presidente. Tampoco Oriol Junqueras es vicepresidente. Los consejeros, mucho menos. Pues no. Ahora resulta que Puigdemont es el Jefe del “Estado catalán”; Junqueras, el vicepresidente de ese “Estado” imaginario y los consejeros se han subido el cargo a ministros. Es como el cuento de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas o como La cantante calva, de Eugène Ionesco, el creador del teatro del absurdo.
Estamos en el epílogo de 2017. La sociedad ha evolucionado demasiado como para estar ahora con estas situaciones pueriles y sin sentido. A los españoles y catalanes les preocupan otras cosas: la educación de los hijos, tener una buena sanidad pública, realizar un trabajo digno, llegar a final de mes, ver que el desempleo pueda bajar. Ésos son los problemas reales de los españoles.
La seguridad es otro punto fundamental. Ya nadie se acuerda, aquí en Cataluña, del terrible atentado que se vivió en el corazón de Barcelona a mediados de agosto por parte del Estado Islámico. Pero, ¡ojo!, porque los terroristas además de la espectacularidad, buscan la inestabilidad política y social. Barcelona y Cataluña son importantes candidatas. Los servicios de Inteligencia y los Mossos d’Esquadra -la Policía Autónoma catalana- están ahora más preocupados en ver a quién obedecen y en apoyar o no a la independencia, que en estar en lo que realmente tienen que estar, que es velar porque no haya ningún acto terrorista como el de agosto.
Pero Puigdemont y sus acólitos de eso no saben nada. Viven en ese mundo imaginario de Puigdemont en su propio país de las maravillas.
caem