Nada nuevo que en la cancha dos más dos no siempre sumen cuatro, que de la mezcla de ciertos elementos no necesariamente se obtenga el mismo resultado, que las leyes físicas, tan inmutables en el mundo real, sobre el césped puedan ser suprimidas. Nada nuevo…, y como muestra este Real Madrid.

 

Penando por las canchas, más que jugando, el campeón de todo se ha instalado en la amnesia: ¿quién fue?, ¿qué logró?, ¿cómo fue capaz de hacer tan fácil el juego que hoy le resulta tan insoportablemente denso? Más que cuestionar su vigencia, el rey duda hoy su propio nombre o, incluso, su propio derecho a mandar.

 

No hablamos de un proceso de decadencia consumado al cabo de años o décadas, sino de unos cuantos meses, como mucho dos, desde que en ese laboratorio blanco todo reactivo propicia algo diferente a lo que solía garantizar: que Casemiro, Modric y Kroos ya no forman un cinturón tan fuerte para soportar al globo terráqueo, que Marcelo ya no coloniza cada metro que emerge por su banda, que sin el lesionado Carvajal se pierde demasiado por la izquierda, que Cristiano Ronaldo ya no hace cuantos goles sean requeridos para superar apuros, que Karim Benzema se sostiene con alfileres de lo que se supone (o ya no) que aporta con y sin balón, que con Sergio Ramos e Isco no basta, que Asencio inició el torneo apuntando a la mayor élite y vive confinado a la banca.

 

Todavía en las supercopas que abrieron la temporada, vencer a este equipo implicaba una proeza (recordar que la gestión de Zidane llegó a acumular más títulos que derrotas). Dejarle en cero goles fue misión imposible, en casa o de visita, para pobres o ricos, para colectivos o individualidades, por más de 70 partidos. Arrebatarle un título lucía inabordable para cualquier mortal al arrancar esta campaña. Superarle en un primer tiempo, como la Juventus en Cardiff, se compensaba con un vendaval de futbol, agallas y cerebro en el segundo.

 

¿Hoy que queda? Recuerdos, nostalgia, dudas, acaso cierto síndrome de saciedad. Empachado de tanta copa, el Madrid brinca a la cancha en actitud más adecuada para siesta que para juego, y así le va.

 

Parte del problema radica también en la meritocracia inexistente en el planeta merengue. Ya pueden Benzema o Kroos pasarse unos partidos viendo al horizonte, sabedores de que nadie amenaza su titularidad. Sin ese combustible que representa la competencia, todo colectivo se asoma con peligro al confort, pierde intensidad.

 

El Madrid volverá porque por calidad y ADN siempre vuelve, pero quién sabe si a tiempo. Para la liga, rezagado ocho puntos, en pleno noviembre empieza a ser tarde. Para la Champions el reloj es más benévolo con un segundo puesto que conquistará por mera inercia.

 

Los números aprietan, aunque el desempeño mucho más. La fórmula que fue perfecta por tantos partidos y parecía destinada a regir al mundo por años, ya no resulta. La suma de dos más dos, hoy en el Bernabéu queda en resta.

 

Twitter/albertolati

 

 

 

caem

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