Vamos a tener que inaugurar una cárcel exclusiva para ex gobernadores: da la impresión de que cada semana hay uno nuevo sometido a proceso, en general por varios cargos, pero siempre por el de usar los dineros públicos en beneficio propio, y con demasiada frecuencia. Se trata de gobernadores priistas, con Javidú a la cabeza. Súmenle la Casa Blanca y Odebrecht, por mencionar apenas dos casos más, y entenderán por qué el tema de la corrupción ha pasado a ser un pilar en la agenda de las elecciones. Puede ser que la corrupción sea “cultural”. Cierto: una buena parte de los ciudadanos participa de ella en el día a día. Pero la corrupción desde el poder ha dejado de verse con naturalidad. Al contrario: indigna. La vigilamos. La denunciamos. Se acabaron los tiempos del “pónganme donde hay” y el “yo haría lo mismo si estuviera en su lugar”.
Esto explica, también, la permanencia de AMLO a la cabeza de muchas encuestas. Su discurso contra “los corruptos”, simple, hipócrita, ha funcionado supongo que con los pies asentados en el desencanto de muchos por tantos años de espectáculos grotescos de robo. Pero la realidad termina por imponerse. Y es que, una y otra vez, la gestión de López Obrador, las campañas donde sea, los “apoyos locales”, han estado marcados por actos de corrupción, aunque sea en una escala menor que las de los Duartes o Borges. Es Bejarano, sí. O Ponce. Pero son las sospechas sobre Salgado Macedonio, ese prohombre que, briago, intentaba golpear a una policía. Es su confusa historia con Abarca. Es Eva Cadena recibiendo dineros bajo mano. Es Lino Korrodi, porque “se vale rectificar”. Y, en el colmo, es su defensa de la ratería indigna descubierta en el PT, un partido aliado al que defendió sin pudor alguno hace días, con su habitual retórica del compló. Es, en fin, demasiado. A AMLO parece estársele abollando la corona cuando ni siquiera se la pone todavía.
Una característica del populismo es que las cosas pasan por decreto. Se acaba con el hambre por decreto cuando se suben los salarios por decreto, aunque los decretos no frenen la hiperinflación y el desabasto. Se llega a una sociedad igualitaria por decreto, aunque los decretos no puedan ocultar que hay una camarilla de privilegiados como los Kirchner o los narcopolíticos chavistas. Y se termina con la corrupción por decreto, porque “yo doy el ejemplo”. A AMLO le molesta que lo llamen populista. Un consejo: que pare de decretar y haga algo con su entorno. No sea que los votantes nos sintamos, otra vez, tratados como niños. Como en el populismo, sí.