Quien se aferre a nublar su vista con estereotipos, quien se obstine en ningunearlas, quien se amarre a ideas decimonónicas de si el juego del hombre o el sexo débil, se perderá de un espléndido espectáculo. Allá él con sus prejuicios. Allá él con sus complejos.
El éxito de esta liga femenil es tan rotundo que ni el más optimista escenario, un año atrás cuando fue lanzada como concepto, lo hubiera podido visualizar.
Semifinales trepidantes, tanto la que Chivas ganó al América con soberbia actuación de su guardameta, como la que Pachuca conquistó ante Tigres no sin antes asomarse al precipicio de una remontada de cuatro goles. Partidos de esos que crean afición, al tiempo que incitan a involucrarse, a jugar, a hacer carrera, a abrir los ojos de miles de chicas que crecieron resignadas a que eso que veían por interminables horas en el televisor sólo les podía pertenecer como testigos más de ninguna forma como partícipes. También de miles de padres que al sugerir caminos, les negaron la más remota posibilidad de patear una pelota.
Como a casi todo, la mujer entró discriminada al futbol. Si en la política era asumiendo que no podía votar ni ser votada, si en las letras fue prevenida de escribir y de leer, en la cancha fue aceptando que quienes jugaban era los varones y, de preferencia en ese espacio de masculinidad, para ser vistos sólo por varones. ¿Ellas? Que se limitaran a preparar la botana, no hacer preguntas estorbosas y admirar los cuerpos musculosos.
De ahí partió un círculo vicioso: en la medida en que no eran consideradas, se alejaban y menos entendían; porque menos entendían, los hombres confirmaban que de todo lo que un balón implicara tenían que ser más excluidas.
El cambio, por supuesto, no ha sido automático y todavía tiene larguísimo trecho que recorrer. Sin embargo, esta liga supone el paso más determinante que en ese sentido se haya dado.
Tratada como monserga por varios clubes, mero formalismo que cubrir para evitar multas o críticas en los medios, quienes concedieron a la liga femenil la seriedad que amerita hoy se ven altamente retribuidos.
Será importante lo que nuestra selección femenil crezca como consecuencia, aunque mucho más lo que ganemos en dos sentidos: una cultura deportiva abierta para todos –con sus beneficios en términos ya de educación, ya de salud pública, ya de disciplina– y una sociedad inclusiva, equitativa, respetuosa, olvidada de etiquetas que sólo frenan.
Actividad común esa de atacar a la Federación Mexicana de Futbol, resaltemos lo bien que lo ha hecho en la temporada debut de esta liga.
La épica no consiste en géneros, en estas trepidantes semifinales ha sido toda de ellas. Pocas veces mejor aplicado el tópico, lo mejor está por venir y vendrá.
Twitter/albertolati