Cuando la Casa de Saud retuvo al primer ministro libanés, Saad Hariri, sabía que detrás había consecuencias que podrían ser indeseables.

 

El destituido Presidente del Líbano pasa largas temporadas en Arabia Saudita. Con lo que posiblemente no contaba es con que las propias autoridades sauditas fueran a retenerle como si casi de un preso se tratara.

 

Nada se sabe con certeza del porqué el primer ministro del Líbano se encuentra escondido en algún lugar de Riad, donde apenas existe una línea para saber cómo está. Parece que ha sido un rehén de las autoridades sauditas. ¿Y todo esto por qué ocurre?

 

En Medio Oriente, la religión siempre aparece por algún lado y, en muchas ocasiones, es el detonante de conflicto entre los países de la zona.

 

Irán profesa el chiismo, una derivación de los dictados de Mahoma. Los chiitas siguen los preceptos de Alí, yerno del profeta de Mahoma. Hasta hace relativamente poco tiempo, los chiitas eran una minoría en el mundo del islam dominado por el sunismo, el cual sigue los preceptos de Mahoma. La diferencia fundamental entre los sunitas y los chiitas es que los primeros siguen los preceptos tradicionales de los dictados de Mahoma y los segundos hacen interpretaciones del islam.

 

Tras la caída de Saddam Hussein en Irak y de la salida de las tropas estadounidenses de ese país, la vecina Irán se ha hecho con Irak. Los diferentes Presidentes que ha habido en Irak en los últimos años casi todos han sido chiitas.

 

La Siria de Bashar Al-Assad también es sunita. Sin embargo, las autoridades no lo son. No hay que olvidar que Siria hace frontera con Irak y sus relaciones con Irán son muy fluidas, tal vez demasiado.

 

Por último está Líbano. Le pasa algo parecido. El Presidente libanés Hariri es sunita, pero ha realizado muchas concesiones al terrorismo de Hezbolá, que es chiita. Y es aquí en donde está el problema actual entre el Líbano, Irán y Arabia Saudita.

 

Arabia Saudita ha representado desde siempre el sunismo en su expresión más ortodoxa con la ayuda de los países del Golfo y una buena parte del norte de África. Es decir, los sunitas han sido los que han dominado desde siempre el mundo del islam.

 

Sin embargo, el eje Irán-Irak-Líbano-Siria se hace cada vez más fuerte y representa el enemigo a batir, porque es un peligroso eje del chiismo.

 

En este punto también entra en juego Israel, otro país fundamental en Medio Oriente. El sur del Líbano está controlado por las facciones terroristas de los chiitas de Hezbolá. Este grupo terrorista recibe ayuda, sobre todo armamento de Irán –el eterno enemigo de Israel-. De hecho, el Estado hebreo derriba o neutraliza armamento que viaja desde Irán para rearmar a Hezbolá. Israel no va a permitir que Hezbolá le siga golpeando el norte de su país como lo ha hecho en los últimos años. No hay que olvidar que hace frontera con Líbano y ha tenido varias guerras gracias a Hezbolá.

 

Desde hace días, Irán y Arabia Saudita se acercan a una escalada bélica. El Líbano es la excusa. El mensaje de Arabia sobre el “secuestro” del primer ministro libanés, Hariri, en Riad, es para Irán. Irán ayuda a Hezbolá con la anuencia del primer ministro libanés, Hariri.

 

El enemigo a batir no es ese emparedado que es el Líbano, acostumbrado a una guerra que duró más de 15 años. El enemigo a batir es Irán y todo lo que representa el chiismo. Pero si para ello tiene que golpear al Líbano, no dudará en hacerlo.

 

La lucha final será siempre Irán contra la amenazada Israel, que, antes de que la golpeen, siempre golpeará primero. Por eso todos le temen. Pero mientras tanto, Líbano está a merced de todos.