Peppino Meazza, Valentino Mazzola, Dino Zoff, Paolo Rossi, Franco Baresi, Alessandro del Piero… Bien decía Dante Alighieri: “No existe mayor dolor que recordar tiempos felices cuando has caído en la miseria”.
Por el estadio de San Siro, que este lunes sustituyó sus líneas de cal por los nueve círculos del infierno de Dante, seguimos recitando: Silvio Piola, Giampiero Boniperti, Gianni Rivera, Marco Tardelli, Paolo Maldini, Gianluigi Buffon, Francesco Totti.
Recitamos nombres y nombres que se apilan en la memoria cual metralla de monedas cayendo a la Fontana di Trevi; nombres melódicos, tan perfectos para el canto como para la rima; nombres que son patrimonio del concepto del Mundial, de la historia del futbol. Recitamos, aferrados a un rosario romano, sin comprender la devastación propia del pirómano Nerón: Luigi Riva, Giacinto Facchetti, Gaetano Scirea, Bruno Conti, Roberto Baggio, Bobo Vieri, Fabio Cannavaro.
Ese equipo, otrora especialista en anotar en los momentos más precisos y salirse siempre con la suya, es ya incapaz para casi todo: dos Mundiales consecutivos fuera de octavos de final, rematados por esta eliminación tras no poder hacer a Suecia un solo gol en 180 minutos.
Si de alguna forma se juega como se es o como se pretende ser, era difícil de entender que el pueblo más empecinado con el buen vestir y el saber presumir, el sofisticado comer y delicioso beber, el abuso de la secadora para cabello y las cremas faciales, brincara a la cancha de manera opuesta: a escatimar, a ahorrar, a disimular belleza…, o convertir en bello lo esforzado.
Vanidad de vanidades, Narciso en su catenaccio, Gianluca Viali (otro nombre para no olvidarnos de continuar: Adolfo Baloncieri, Sandro Mazzola, Alessandro Altobelli, Antonio Cabrini, Alessandro Nesta, Rino Gatusso), explicaba en un soberbio libro: la culpa es de Maquiavelo.
Es decir, Italia sí representaba sobre el césped a cierta parte de su cultura, aunque jugara tan alejada de los ideales estéticos de sus grandes maestros renacentistas. Si para el Príncipe el fin debia justificar los medios, para la Squadra Azzurra cuatro títulos mundiales eran suficiente justificación para concentrarse en ser oredenados, encerrarse, a ratos aburrirse y dejar que el rival se ocupara de la iniciativa. Filosofía que no siempre funcionó y que tampoco siempre se respetó, pero que sirvió de bastión para una de las vitrinas más luminosas del futbol.
Con o sin ella, la selección de Italia está inmersa en una crisis tremenda. Como víctima colateral se lleva a uno de los porteros más espléndidos que este deporte haya parido. Gianluigi Buffon, dignísimo líder hasta en la hecatombe, tenía que convertirse en Rusia 2018 en el primer futbolista en acudir a seis Mundiales. El sueño ha terminado y será difícil que otro jugador acceda a semejante hazaña.
Giovanni Ferrari, Giancarlo Antognoni, Giuseppe Bergomi, Toto Schillaci, Andrea Pirlo: sólo queda un pasado mancillado y, al borde del llanto con una grappa, seguir recitando.
Vaya dolor ese de recordar tiempos felices cuando ha llegado la miseria.
Twitter/albertolati