Me acabo de enterar de que las quesadillas no tienen que llevar forzosamente queso. Cayó el veredicto, el debate se ha apagado. Acepté con humildad la nueva normativa.

 

Más difícil me fue digerir el anuncio de que Italia no va al Mundial por primera vez desde hace casi 60 años. Me tocó ver a varios de mis amigos italianos hundirse en un profundo dolor, salpicado de rabia, que necesitó un sinnúmero de copas de vino y otros líquidos para diluirse.

 

Pero la noticia que realmente me puso en estado de shock no tiene que ver ni con la gastronomía ni con el futbol. Pertenece al universo de la sexualidad humana, del que en una sociedad que se jacta de carecer de prejuicios, todo parecía más que explícito. Oh, ingenua de mí: pensé que nunca nadie me perturbaría por esta causa, que careciendo de tabúes conocía y aceptaba los comportamientos sexuales que existen entre nuestros prójimos. En realidad vivía en la ignorancia.

 

Resulta que no son cinco o seis; existen entre 13 y 50 tipos de identidad sexual diferentes, al menos esto es lo que aseguran varias asociaciones de psicólogos y Comisiones de Derechos Humanos de algunas ciudades de Estados Unidos (¡sic!) Por más surrealista que suene.

 

Generalmente pensamos en los heterosexuales, los homosexuales, los bisexuales, los transexuales, y ahí le paramos. Equivocadamente. La prensa francesa me instruye en estos días que la sexualidad es el resultado de la interacción de factores biológicos, sociales, económicos, culturales, éticos y religiosos; el orden de los factores altera claramente el producto.

 

Empecemos por los pansexuales, los que se sienten atraídos física o emocionalmente por otros individuos sin importar su apariencia física, género u orientación sexual. Al igual que la famosa cantante estadounidense Miley Cyrus, los pansexuales afirman ser capaces de enamorarse de cualquier persona no necesariamente a través del sexo; les basta con una chispa sentimental, estética o romántica. Freud habló de este concepto hace casi un siglo, pero, al parecer, Freud no tiene la proyección internacional de la autodeclarada pansexual Miley Cyrus.

 

Pasemos a los lithsexuales (no, no es estornudo), los que no sienten ninguna necesidad de que el deseo hacia otra persona sea recíproco. Encuentran satisfacción en una fascinación más bien platónica.

 

¿Ha oído usted hablar de sapiosexuales? El término, que denota una situación que siempre ha existido, se pone muy de moda en esta época. Se refiere a la excitación erótica surgida mediante el vínculo intelectual (¿relación maestro-alumna?).

 

Pero tristemente la tendencia más “in” es la asexualidad, la falta total de atracción erótica. Me siento alborotada.

 

Otra orientación que se impone -me revelan los artículos de prensa- se denomina graysexualidad. Consiste en vivir entre lo sexual y lo asexual, sentirse atraído por alguien con una libido muy débil, afecta a gays, heterosexuales o a cualquier ser humano cuya identidad sexual se salga del binario hombre-mujer.

 

En la larga lista de tendencias aparece además el arromanticismo, que niega cualquier conexión de tipo romántico entre dos individuos que experimentan atracción física. Le sigue la skoliosexualidad o la atracción sexual hacia personas transgénero o intergénero.

 

La letanía continúa y parece interminable. En el menú nos ponen a los antrosexuales (una mezcla de pansexuales, demisexuales y lithsexuales), los monosexuales, transeróticos, heterorrománticos, alorrománticos, pornosexuales o autosexuales.

 

De pronto me dio curiosidad saber cómo se llamaría la tendencia sexual de alguien (actriz, actor) que llega a Hollywood preso de unas ganas irresistibles de seducir a un productor influyente para conseguir el papel de su vida.