Mentirá quien susurre al oído del Cruz Azul que no es para tanto, que se trata tan solo de un torneo más, que como sea el mundo seguirá girando tras la vuelta.
Sí, de caer el mundo continuará en su perpetuo girar, pero acaso ya sin llevar a bordo otro pedazo (¿el último?) de la esperanza de esa institución deportiva.
Imposible engañarse, la denominada Máquina se juega mucho más que nadie entre jueves y domingo: la vigencia como grande sostenida ya por raídos hilos, la fe en que algo mejor al fatalismo de los últimos años puede pasar, la supervivencia como fuerza viva de nuestro futbol, la refutación del nihilismo al que parece condenada.
Nihilismo: tan diferente la nada de los pasados años respecto al todo con el que emergió Cruz Azul hace algo más de medio siglo. Todavía muchos aficionados no entendían de dónde había salido ese cuadro que ascendió a primera en 1964, cuando ya sumaba muchos más títulos que todos los equipos salvo por el Guadalajara; serían siete ligas entre 1968 y 1980, de mayor mérito si se considera que nada más había un campeón por año.
Todo fue tan fácil en ese comienzo, ejército que conquista territorios bajo la más triunfadora inercia, armada de la ilusión a la que todo funciona, imperio joven e inédito en la prontitud de sus alcances, que nadie pensó en anotar la receta.
¿Trabajo? ¿Transparencia? ¿Humildad? ¿Proyecto? ¿Valentía? ¿Qué palabra debió dejarse como legado para quienes en adelante manejarían al club?
Es extraño el destino, pero aquel 13 de julio de 1980, cuando Cruz Azul venció a Tigres para alzar la corona 7 y se puso a sólo una liga de Chivas, estuvo muy cerca de suceder la primera cruzazuleada. Los celestes habían ganado 1-0 en la ida en Monterrey y tras una decena de minutos de la vuelta ya estaban adelante 2-0. Cayó otro gol de cada equipo, así que todavía al minuto 80 su ventaja global era de tres. Entonces Tigres marcó dos tantos y dio un tremendo susto a los azules. Una remontada, incluso más dramática que la propinada por América en 2013, pudo ser ese día en el que la fórmula se perdió.
Desde entonces, apenas un título (1997) y nueve finales de liga perdidas. La feligresía celeste se fastidió de los subcampeonatos, sólo para añorarlos cuando ni siquiera accedió a la liguilla en seis torneos consecutivos.
Del exorcismo del sábado pasado –calificar al fin– sigue uno mayor que es el de los cuartos de final contra el más acérrimo de sus rivales, ese del tétrico gol del portero en compensación.
Puede decirse en tono tranquilizador que no es para tanto, que oportunidades siempre se tendrán, que el mundo igual seguirá girando.
En este caso, e incluso a sabiendas de que América va señalado como favorito, nadie debe engañarse: si Cruz Azul quiere volver a ser digno de lo que sembró en los años setenta, no puede permitirse más traspiés.
Habrá de jugar como si su mundo de verdad estuviera en riesgo de dejar de girar.
Twitter/albertolati