El portero que fue metáfora de toda una época: la última línea de defensa, el custodio final de esa frontera que a nadie se permitiría mancillar, la patria soviética tan resguardada como los tres postes bajo los que se paraba él.

 

El aparato propagandístico de la URSS había conseguido que cada gol repelido por las colosales manos de Lev Ivanovich Yashin fuera visto como un triunfo primero sobre el fascismo y luego sobre el capitalismo.

 

Sin embargo, antes incluso de que la futura “Araña Negra” naciera y deleitara con sus atajadas, el vratar (portero en ruso) ya servía como recordatorio de que la protección del vasto territorio nacional no era labor exclusiva de militares, sino de todo civil. En una novela de fines de los años veinte, Yuri Olesha plantea un partido entre el egoísmo Occidental y el sentido comunal soviético; ahí, el guardameta Volodya Makarov emerge como héroe. Poco después, una película de Semión Timoshenko reitera el simbolismo de ese portero que será la última barrera para evitar un ataque extranjero; en ella, Anton Kandidov contiene al equipo de los Búfalos Negros (alegoría del fascismo) e inspira un poema muy utilizado durante la Segunda Guerra Mundial, por cierto, conocida en la URSS como Gran Guerra Patriótica: “¡Hey tú, portero, prepárate para la batalla! Eres el vigilante del cruce fronterizo. Sólo imagina que detrás de ti, la frontera debe quedar a salvo”.

 

En parte por ello, aunque por supuesto también por sus milagrosas atajadas e imponente presencia, por sus 150 penales detenidos y su innovación al actuar más adelantado, por su trago de vodka antes de cada partido y su condecoración con la Orden de Lenin, Yashin fue mucho, muchísimo más que un futbolista. Como complemento para forjar un culto a su imagen, jugaba para el Dynamo de Moscú, el equipo operado desde la Lubianka por la KGB.

 

Muy lejos del Kremlin, varios pugnaron por su posesión: en la España franquista se difundía el rumor de que era un niño vasco secuestrado por los comunistas durante la Guerra Civil; en la Alemania de la post-guerra se insistía que había nacido en la extinta Prusia Oriental (para entonces ya territorio ruso y polaco) por lo que su selección tenía que ser la teutona; entre los judíos rusos el bisbiseo de que era de esa religión y se ocupaba de evitar deportaciones masivas de judíos a Siberia (su único argumento era el nombre: como Trotsky, él sí judío y apellidado Bronstein, Lev o León).

 

Si algo faltaba a Yashin para convertirse en ícono, en se país que tanto los añoraba desde que la Revolución Bolchevique prohibió la religión, fue el único portero que recibió el Balón de Oro como mejor futbolista europeo del año. En la conquista del planeta, bien podían pararse Yuri Gagarin y él, indiscutibles pioneros, lo que propició la frase que dijo o se le atribuyó: “La sensación de ver a Gagarin en el espacio sólo es comparable a mi disfrute por atajar un penal”.

 

Esos dos elementos conforman al póster de Rusia 2018: conquista espacial y Yashin como última línea de defensa…, sólo que tantísimas décadas después: híbrido de orgullo, nostalgia y regresión.

 

 

Twitter/albertolati

 

aarl

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