Hacía tiempo que no se hablaba ni de Corea del Norte ni de su líder, Kim Jong-un, un personaje cuya egolatría supera cualquier expectativa.
El último misil lanzado esta semana, desde algún punto del territorio de Corea del Norte, ha demostrado que su carrera en el armamento nuclear es cada vez más veloz.
Para empezar, el régimen de Pyongyang se ha encargado de explotar por todo el mundo mundial que el propio líder de Corea del Norte habría supervisado personalmente el lanzamiento de este nuevo misil balístico. La agencia de noticias de Corea del Norte se ha encargado de difundirlo una y otra vez. Poco menos que habría creado y lanzado el misil con sus propias manos el líder norcoreano.
Pero con esta nueva prueba se evidencia que Pyongyang se acerca cada vez más a Estados Unidos, el territorio de su peor enemigo. El misil que lanzó disponía de un alcance intercontinental, y pudiera ser que tuviera la capacidad de llegar a las costas estadounidenses; tal vez no al Pacífico, a ciudades como Los Ángeles y San Francisco, pero sí al menos a las costas de Alaska.
Parece que ya posee la capacidad de ensamblar la ojiva nuclear considerando los miles de kilómetros que tiene que cruzar para llegar a su objetivo. Ése era uno de los puntos más importantes, y parece, sólo parece, que está en vías de solución.
Y a todo esto, ¿qué hace la comunidad internacional? El mundo está preocupado. Estados Unidos, a través de su embajadora en Naciones Unidas, saca los dientes diciendo que pueden borrar del mapa al régimen de Corea del Norte. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se reúne para adoptar medidas más duras y estrictas, así como sanciones que perjudiquen a la economía norcoreana.
Falta China, la subrepticia y silente China, que pide calma a Estados Unidos y Corea del Norte. ¿Por qué ese papel? Resulta obvio que a China no le interesa un conflicto bélico en la vecina Corea. Primero porque no deja de ser su aliado, y eso a China le favorece. En segundo lugar, y más importante, porque China ya tiene enemigos potenciales como Japón y Corea del Sur, que son de los dos aliados más fieles a Estados Unidos. Una guerra en Corea del Norte supondría, en primer lugar, la pérdida de un aliado. Pero es que, además, surgiría una inmigración masiva de ciudadanos norcoreanos que huirían de la guerra y del régimen caduco de Kim Jong-un.
Y una cosa más. En el hipotético caso de una guerra en la región, el león se comería al ratón; Corea del Sur fagocitaría, con la anuencia de la comunidad internacional, a la vecina Corea del Norte. Habría una integración de las dos Coreas y, por lo tanto, el aliado natural de China se convertiría en su potencial enemigo.
Por eso, China le sigue dejando al adolescente que siga haciendo sus travesuras. Pero ¡ojo! Si Donaldo Trump llega a sentir que su país es amenazado, no dudará en que la escalada que hoy es verbal, se convierta en bélica; algo que sería indeseable para todos.