Al PRI se le podrá reprochar cualquier cosa, se le podrá responsabilizar de la mayoría de los grandes males de nuestro tiempo y se le podrá adjudicar la permanencia de los más añejos vicios de nuestro aparato de gobierno. Sin embargo, como instituto político y para fines pragmáticos, el tricolor cuenta con una virtud de la que carecen otros partidos y que los lleva a la quiebra: la disciplina.
Naturalmente, las aguas se agitan antes de algún nombramiento. Pero los priistas saben que, una vez que se ha tomado alguna decisión –sin importar si se trata de un método democrático o no-, cerrarán filas en torno a su abanderado. Saben que lo primordial es la victoria. Están conscientes de que de nada sirve remar para otro lado, cuando se debe aprovechar la corriente. Es la única forma en que un partido con tal nivel de descrédito puede mantenerse vigente después de décadas.
Es por ello que el PRI tuvo que recurrir a un no priista. Que tuvieron que cambiar las reglas del juego. Que le apostaron a lo mejor que tenían en el equipo, aunque no contara con credencial de afiliación. Que vieron en su virtual candidato a un personaje con vasta experiencia en el sector público, que conoce las entrañas de las carteras más importantes del país, tiene el potencial para conectar con la gente y la facilidad para hablar de temas complejos en términos sencillos, y que no representa directamente la imagen del rancio partido que durante años construyó lo que -en algún momento- Mario Vargas Llosa definió como “la dictadura perfecta”.
Ayer, José Antonio Meade Kuribreña se registró como único precandidato, en medio de una fiesta tricolor. En un discurso dirigido hacia la militancia, mencionó a cada uno de los sectores populares que conforman el partido y a sus dirigentes. Antes, tras su renuncia como secretario de Hacienda, implementó rápidamente la “operación cicatriz” entre aquéllos –ellos sí priistas- que pudieron sentirse despechados tras la designación del presidenciable. Con ello, ha dado el primer paso, y lo ha conseguido rápidamente: unir al partido que lo quiere hacer Presidente.
Pero esto apenas comienza, y los retos son mayúsculos. Meade deberá luchar contra el estigma de que será una tapadera para los corruptos. Deberá enfrentar y salir airoso de la guerra sucia. Deberá volverse experto en la arenga política. Pero, sobre todo, el candidato priista deberá encontrar la manera de convencer a la sociedad de votar por el partido que más los ha lastimado. Ésa es la verdadera “operación cicatriz”.
Ocurrencias
En columnas pasadas reflexionaba sobre las ocurrencias de los candidatos en tiempos electorales. Hace algunos días, Andrés Manuel López Obrador soltó una más al decir que no descartaba la amnistía para los narcos, si llegaba a Los Pinos, con el fin de pacificar al país. ¿De qué forma esto sería una vía para la paz? ¿Respetarían los narcos la tregua sobre el negocio? ¿A qué narcos sí y a qué narcos no? ¿Qué les dice a las familias de las víctimas de la violencia entre cárteles? ¿A los deudos de los militares y federales que han sido atacados?
CDMX
Ante la falta de solidez del Frente por México, surge la figura de Jesús Zambrano como un fuerte aspirante a la candidatura rumbo a la Jefatura de Gobierno.