Primero fue el señor delegado. Ricardo Monreal, a quien sólo conocíamos como recordman de banquetas reventadas y dueño de los derechos sobre la frase “No está en mis competencias”, tuvo un brote de fe. Fe castro-guevarista. Así que se lanzó a espaldas del Museo de San Carlos para inaugurar campechanamente las estatuas al Che y Fidel, el matón y el tirano, el psicópata y el sociópata. Una chulada: el servidor público, o sea el que vive de los dineros públicos, en una ceremonia a mayor gloria de una dictadura. La de los fusilados, los campos de reeducación, las palizas a las Damas de Blanco, la cartilla de racionamiento. Iba a decir que el señor delegado debería concentrarse en sus pendientes, pero pos ya no. Renunció para difundir la palabra verdadera. Deja la delegación convertida en zona de guerra. Un detallito. Ya viene la felicidad para el pueblo bueno. Ya viene el obradorismo.

 

Luego vino el brote de fe guadalupana. Le dio a AMLO, cosa que no debería sorprendernos. En una contienda que lo enfrentará a dos figuras vinculadas con el PAN, ha logrado ostentarse como el más mocho de los anhelantes. Ni matrimonio igualitario, ni despenalización de las drogas o del aborto. Cómo sorprenderse de que se haya registrado como precandidato un 12 de diciembre. Morena, se llama el partido, a fin de cuentas.

 

Uno de los aspectos no sé si más indignante o más divertido de la campaña eterna de López es ver los esfuerzos denodados de la progresía que lo sigue para justificar dialécticamente sus salidas de tono. Su arrebato guadalupano llevó aparejado un silencio convenientísimo en casi todos los aplaudidores habituales. Pero hay uno que no calla: John “Lord Doctorados” Ackerman. El hombre que fustigaba a la derecha católica desde su trinchera en La Jornada, el Robespierre de CU, el azote del panismo, la primera espada del Estado laico, se lanzó a proclamar su fe en la Reina de México sin pudores. Que “Venerar a la Virgen es amar a la patria”, redsocialeó el dicen que gran asesor de AMLO, el cerebro tras el trono.

 

Para remate, Morena hace alianza con el PES, un partido ultraconservador. Parece que se define por fin en qué va a acabar el pastiche de ocurrencias del obradorismo: un régimen Castro-evangélico-guadalupano. Autoritarismo y mochería. Para que luego digan que lo de las similitudes con el chavismo es una calumnia. El color local lo ponen las camisas de Brooks Brothers que en contacto con su piel santa ya no son pirrurris, los comentarios racistas y la barbacoa.

 

Que la Virgen nos proteja.