Hoy, como antes en el futbol, la burbuja económica se ha convertido en una realidad difícil de pinchar: un deporte de otras cifras desde que el París Saint German pagó la cláusula de rescisión de Neymar.
Basta con reparar en que los cuatro traspasos más caros de la historia se efectuaron en el pasado semestre, todos con el músculo económico y geopolítico qatarí del PSG como eje: al comprar a Neymar y Kylian Mbappe, ha propiciado también que el Barcelona no pudiera adquirir a Ousmane Dembele y Philippe Coutinho por menos de una barbaridad.
Quien a partir de ahora tenga a la perla del instante no hallará más opción que mejorarle el salario recurrentemente o blindarla como se pueda a fin de evitar una fuga. ¿Venderla por 200, por 250, por 300 millones? Casi cualquier club habría estado dispuesto unos años atrás, sólo que ahora con ese dinero no se podrá acceder a demasiado reemplazo.
Sí pudo hacer mucho el Mánchester United cuando recibió los más de 90 millones del Real Madrid a cambio de Cristiano Ronaldo en 2009. O el Barcelona cuando, contra todos sus planes, vio irse a Luis Figo al acérrimo rival en 2000 a cambio de los 62 millones de su cláusula de rescisión (otra cosa fue su despilfarro y mal juicio). O el Sao Paulo en 1998 cuando acordó con el Betis la transferencia más cara de la historia, cediéndole al prometedor Denilson por casi 30 millones (muy a la latinoamericana, el cuadro paulista aseguró que haría milagros con ese monto inédito: fuerzas básicas, mejoras al estadio Morumbí y un largo etcétera).
El balón ya se mueve diferente a la estela de ese PSG que, como he dicho antes en este espacio, se ha convertido en maquillaje y soft power del controversial Qatar.
Resulta absurdo entrar al debate respecto a si tiene sentido que un futbolista cueste tanto; lo mismo se discutió cuando en 1905 Alf Common se convirtió en el primer fichaje en el umbral de las mil libras esterlinas o cuando en 1982 el Barça invirtió 4 millones para quedarse a Diego Maradona –por entonces una cantidad de tal impacto que los españoles aprovechaban la rima para bromear: con semejante cheque, ahora las provincias catalanas serían Barcelona, Tarragona, Girona…, y Maradona.
Otro tema es cuánta necesidad tienen los blaugranas de un Coutinho al que no podrán alinear en Champions League o cuánto logrará sumar el brasileño a ese proyecto futbolístico. Sucede que es año de Mundial, habitual factor inflacionario en el tema de los traspasos (o deflacionario: según el rendimiento) y que todo hace indicar que el precio de Philippe elevará.
Al tiempo, este mercado invernal confirma que la burbuja actual, como las anteriores, no reventará tan fácil: casi sin notarlo el futbol ha pasado de las decenas a los cientos de millones y por futbolistas que distan de ser de máxima élite.
JMSJ
Twitter/albertolati