El Código Electoral de la Ciudad de México, aprobado por la Asamblea Legislativa a mitad del año pasado, señala “… la información o propaganda que se difunda en cualquier medio que inhiba el voto, calumnie a las personas, denigre a otros precandidatos, a los partidos políticos o a las instituciones serán conductas sancionadas en los términos de la Ley Procesal”.
Si bien el marco legal es de materia obligatoria para partidos y candidatos, no se reduce sólo a ellos. Un mecanismo que recientemente se ha extendido es lanzar calumnias y mentiras de parte de “opinadores” o llanamente inventando notas con argumentos subjetivos y faltos de rigor que sirven para denostar al contrincante.
Esta “práctica” que forma parte de una estrategia electorera, que se disfraza de libertad de expresión, no es otra cosa que servir de instrumento propagandístico en favor de un candidato y de un partido, en este caso de Morena.
Esta “estrategia”, basada en golpear, desprestigiar e intentar vulnerar al contrincante político, es parte del diseño de la campaña emprendida por este grupo político que se basa en ataques constantes ante la ausencia de propuestas o lanzando locas ideas como aquella de perdonar a los delincuentes. Su intención no es ganar adeptos, sino generar confusión, es una bien articulada campaña de odio.
No es de extrañar esas actitudes, son el clásico ejemplo de quien tira la piedra y esconde la mano; son de naturaleza conflictiva. En la Asamblea Legislativa se caracterizan por no trabajar, pero ingresan a la nómina a esposas, amigos y parientes, aunque no participan del trabajo legislativo en comisiones. Rehúyen la responsabilidad, y por eso votan en contra las leyes que norman la vida regular en la ciudad o cuando de ayudar a los damnificados del sismo se trata.
Su jefe, El Peje, tiene una personalidad contrastante, por decir lo menos. Un día declara una cosa y al día siguiente se desdice o reclama a los medios por “falsear” sus propias declaraciones. Es él quien cierra los ojos cuando su ex candidata a la gubernatura del Estado de México “rasura” el salario de los trabajadores para su beneficio. Es él quien cierra la boca cuando afloran las corruptelas de sus agremiados.
Es él el que aplica la caja china para desviar la atención mediática cuando queda en evidencia que su retórica “pobrista” no es más que una falacia. Todo está documentado, todo ha quedado registrado ante la opinión pública.
Nada es ajeno.
Es él el que siguiendo con un ritual ensayado durante las distintas ocasiones que ha sido candidato, convirtiendo ese estatus en modus vivendi, una vez más busca incautos.
Afortunadamente los tiempos ya han cambiado, y los ciudadanos son cada vez más exigentes y conscientes de sus derechos y lo que quieren para el país. El espacio para las vesanias ya no tiene cabida.
JNO