Si en algo hay que creer, si por algo se habrá de visceralmente discutir, si con algo llenaremos el vacío de ideología en que la rutina de muchos se ha convertido, siempre se podrá recurrir a la rivalidad Real Madrid-Barcelona.
Claro, este fin de semana quienes jugarán son Atlético y Barça, los equipos más repudiados por los merengues. Por supuesto, desde hace un buen rato a los blancos no les queda más que contemplar desde la más deprimente distancia el torneo de liga.
Sin embargo, ha bastado un penal en contra de los blaugranas en el partido de este jueves, para que los demonios de la más burda polarización retornen. Sucede que tenía demasiado tiempo que esa situación no se daba, dos años sin que el árbitro decretara una pena máxima a favor del sinodal de los catalanes. Sucede, también, que el penal de este jueves fue mal concedido. Supuestas razones, esas dos, para que barcelonistas y madridistas se alejaran de sus delirios de conspiración. Como sea, el Barça lo llora como si fuera la confirmación de que todos los astros están alineados en su contra (el victimismo, tan entendible en otra época, le va fatal en esta…, y por favor no mezclemos el proceso independentista catalán). Como sea, algunos madridistas pretendieron convencernos de que el desastre arbitral del día estaba correcto y de que al fin había culminado la protección especial.
Cada quien decide de qué manera apoya a su club, como cada quien sabrá cómo defiende sus posturas políticas o ideológicas, como cada quién entenderá cuánto se aferra a ciertos dogmas religiosos. Justo el punto al que iba: que, a falta de Guerra Fría o de mayores cuestiones en los cuales invertir bilis, el primordial debate mundial de esta generación es entre Madrid y Barcelona; ahí, el árbitro es para todos el inevitable inquisidor y las redes el más idóneo de los estadios.
Toda exageración y todo delirio, todo exceso y toda paranoia, tienen sitio. A menor sensatez y cordura, mayor amplificación de la voz: en repeticiones, en likes, en repercusión, en gloria twittera.
Era de la estridencia en la que no importa lo que se diga, sino cuánto se escuche, algún cuidado habremos de tener del momento (sea pronto o tarde), en que esa permanente burla y confrontación pasen en forma de violencia a la realidad.
Dicho todo lo anterior, cuando ni siquiera Madrid y Barcelona han jugado. Aunque eso es lo de menos: sus aficionados juegan un clásico a diario, como el de este jueves en Las Palmas.
aarl