Sólo puede haber algo más grave que invertir como lo ha hecho el París Saint Germain en aras de conquistar Europa, y ser derrotado en la primera ronda decisiva de la Champions; más incluso que verse superado –diría yo, caricaturizado–, por el Real Madrid en pleno Parque de los Príncipes: haber vendido su alma a los ultras, haberlos hecho resurgir.
A diferencia de sitios mediterráneos como Marsella o pequeñas localidades industriales como Le Havre, el futbol nunca se convirtió en pasión masiva en París. Eso explica que fuera una de las escasas grandes capitales del mundo sin un exponente deportivo sólido.
Copiando moldes de lo que sucedía al otro lado del Canal de la Mancha, en las islas británicas, el hooliganismo a la parisina no sólo se gestó con alto contenido de violencia, sino también de política extrema, chauvinismo y racismo.
Eso intentó ser modificado un par de décadas atrás, cuando fuertes inversiones buscaron que el PSG se identificara con el verdadero núcleo futbolero de la ciudad, ubicado entre las comunidades de descendientes de inmigrantes en el banlieue o extrarradio.
¿Cómo atraer al argelino, al senegalés, al caribeño, hacia una grada donde se bramaba en contra de su inclusión, en la que se les discriminaba, en la que no pocas veces se les propinaban golpizas? Parte de la estrategia fue contratar a futbolistas símbolo de ese banlieue, como Patrice Loko y Nicolás Anelka.
Paulatinamente, el Parque de los Príncipes (porque el PSG nunca aceptó mudarse al Stade de France, enclavado en una zona multicultural como el suburbio de Saint Denis), entró en tensión: por un lado, los indeseables de siempre, molestos por ese giro en la identidad, comparando esa “invasión” con la que critican a diario en la sociedad; por otro, la Francia de los mil colores, en ocasiones también deseosa de vengar su limitado acceso al Estado de bienestar, con trifulcas ya con la policía, con aficionados rivales, con seguidores del mismo uniforme.
Así que al PSG le costó más trabajo deshacerse de sus ultras que al Barcelona de los extremistas Boixos o al Madrid de los ultraderechistas Ultras Sur: porque sin ellos, su estadio quedaba casi mudo.
Tras muy importantes esfuerzos y cientos de millones invertidos, el dinero de Qatar lo estaba consiguiendo. Contratar a varios de los mayores talentos contemporáneos y tomar el orgullo parisino como bandera, parecían la estrategia más adecuada, con el añadido de glamur que supone hoy observar al PSG.
Camino no lineal, con retrocesos y avances, que se fue al traste esta semana al invocar la mismísima directiva del equipo al apoyo de los ultras. Rechazados bajo circunstancias comunes, se les conminó a volver en la Champions; inseguros de que no bastara con la delantera de los 500 millones de dólares para remontar al Madrid (Neymar todavía no se lesionaba), se apeló a que los ultras convirtieran en infierno el Parque de los Príncipes.
Desataron desmanes y riñas afuera del hotel del Real Madrid, faltaron al respeto al minuto de silencio por la muerte del futbolista Davide Astori, hicieron que el cotejo parara en un par de ocasiones por las bengalas que tiempo atrás fueron prohibidas, gritaron las burradas raciales que solían gritar antes de su proscripción.
Sin que un minuto hubiera corrido, sin que un gol del Madrid hubiera entrado, el PSG ya había perdido algo más relevante: sensatez, coherencia, rumbo institucional.
Vendida su alma a los ultras, será difícil recuperarla. Imposible convocarles sólo para una remontada europea: o se les echa permanentemente o se les soporta para siempre.
Al final, sí convirtieron su petromillonaria casa en un infierno…, pero para sí mismos.
Twitter/albertolati
JNO