Se cumplen 20 años del Teletón en México. Veinte difíciles años. Un proyecto que nació con una estrella del tamaño de México se ha desvanecido debido a una encarnizada campaña que ha buscado desprestigiar un proyecto noble y necesario. Y lo ha conseguido.
Los “antisistema” se han encargado de destruir lo que tanto trabajo costó levantar. Las acusaciones de “fraude” y de “obra fachada” han sido eficaz y tramposamente comunicadas entre una sociedad tan generosa que no se cansa de dar, pero que naturalmente protesta cuando alguien quiere verle la cara. ¿El motivo? No lo sé. ¿Simple mezquindad? No lo creo. Tal vez sea una forma de protesta por parte de diferentes grupos sociales que atribuyen algunos de los grandes males de nuestro país, como la desigualdad y la pobreza, a los oligopolios. O quizá sea una revancha por la inacción del gobierno ante este tipo de temas. “¿Por qué debemos solucionar los temas de salud y asistencia social cuando es una responsabilidad del Estado?”, se preguntan muchos. Y la respuesta está en otra pregunta; entonces, ¿dejaremos que miles de niños con alguna discapacidad, con cáncer o con autismo, vivan una realidad injusta? ¿Les negaremos una esperanza a ellos y sus familias cuando tal vez es lo único que tienen, sólo porque tenemos gobernantes incapaces e inmorales?
La participación de las grandes empresas de México es parte de este descontento. Critican deducciones millonarias a través de los donativos. Y es cierto. Cualquier persona, moral o física, usted o yo, puede obtener un recibo para deducir lo que dona. Pero, ¿no es preferible que ese dinero vaya a las cuentas de una fundación cuyos libros y estados financieros están abiertos para saber qué se hizo con cada peso, y que ha levantado 22 centros terapéuticos de rehabilitación de nivel mundial, un hospital oncológico, un centro de atención para niños con autismo y una universidad -y los mantiene operando- y no a las arcas de un gobierno opaco y abusivo? Se cuestiona también la participación de Televisa -empresa para la que trabajo- y su aportación. Los datos pueden consultarse con total transparencia, sin embargo, sólo habría que calcular, grosso modo, el costo del tiempo de transmisión y producción, y lo que vale el esfuerzo de tantas personas que participan de principio a fin. Créame, no es poca cosa.
No es secreto -y no debe serlo- que la Fundación Teletón pasa por un mal momento. Si bien se ha alcanzado la meta en cada evento anual, los costos de operación de los centros a lo largo y ancho del país son cada vez más altos.
Los índices de donación van a la baja, mientras que lo que no decrece es la necesidad. Cierto es que se han eliminado cientos de plazas de trabajo en la organización, pero lo más grave es el recorte de ocho mil turnos de atención para niños que lo requieren. ¿Es justo?
Durante varios años he tenido la suerte de participar en varios eventos de la Fundación Teletón, en diferentes estados y escenarios. Lo más valioso que he obtenido es la inspiración de los testimonios de niños, mamás y papás que, tenazmente, recorren miles de kilómetros -miles- para ser rehabilitados. De los voluntarios que entregan años de su vida a cambio de la satisfacción de ayudar. Del espíritu que guarda este excepcional proyecto desde hace dos décadas y que sobrevive a pesar de la infamia. Es, la justicia, la verdad del Teletón.
JNO