-¡Ya se agotaron las baguettes y el foie gras! -le grita ella acongojada a su pareja.
-Y mira, ¡no tienen el Bordeaux que nos gusta! -lanza no menos desesperado él en un supermercado de barrio en pleno centro de París.
Ambos se abrazan sollozando como si quisieran anunciar el fin del mundo.
-¿Y cómo le vamos a hacer para cenar esta noche?
La pregunta queda en el aire de una fría noche de invierno. Por enésima vez me toca ser testigo de una escena más que común en Francia, común porque gira en torno a la comida. Todo parece muy superficial y banal, pero detrás hay un trasfondo cultural profundo.
En Francia, ingerir alimentos y bebidas es mucho más que una actividad cotidiana. Se trata de un auténtico arte que roza los límites de una ceremonia ritual. Muy gourmets, los galos adoran la buena mesa y le dan una importancia enorme al momento de la comida. Y se toman su tiempo para disfrutar de una tradición que nació con los banquetes de la Edad Media. Exigen la armonía de los sentidos entre fragancias, textura y colores. Se fijan en la calidad de las materias primas. Valoran el juego entre las recetas clásicas y las técnicas vanguardistas.
En la mesa, entre el steak tartare, los quesos y los macarons se habla, se habla, se habla. ¿De qué? Por supuesto, de la comida. No hay conversación en la que no salga a relucir la excelencia culinaria, los quesos, los vinos, la champaña. Justo detrás aparece como tema preferido, el sexo.
Todo esto lo confirman estudios muy serios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el llamado club de los ricos compuesto por 35 países. Los franceses son los que más tiempo dedican a comer y beber: dos horas 13 minutos al día, dos veces más que los estadounidenses que consagran a la nutrición una hora dos minutos, revela una encuesta realizada por la OCDE en marzo. Cierran el indicador Holanda y Canadá con 1’6 horas y 1’5 horas empleadas en consumir alimentos y bebidas.
Fieles a su reputación de amantes de la buena vida, los franceses encabezan también la lista de los más dormilones. Pasan en la cama una media de nueve horas diarias, 1.2 horas más que los japoneses.
Si a esto le agregamos que con 30 días hábiles, Francia se encuentra en lo alto del podio mundial en la disciplina “vacaciones prestadas a los empleados”, nos inclinaríamos a deducir que se trata del país modelo donde sólo hay espacio para júbilo y abundancia.
Y, sin embargo, los galos son los campeones europeos del consumo de antidepresivos. Y siempre tienen una razón para quejarse. Porque quejarse en Francia es chic.
JNO