Un solo orgullo supera en el rugby al de ver al equipo propio coronándose: el de pertenecer a una tribu deportiva opuesta en sus valores a buena parte de la que sigue el futbol; tribu obstinada en el respeto al rival, honestidad de las reglas, integridad de comportamiento, estoicismo ante la adversidad, no priorizar por encima de todo la victoria.
Aquel mantra futbolístico de “lo importante no es que entre sino que cuente”, de ninguna forma podría ser aterrizado al rugby, hermanos peleados por más de 150 años y a cada día más alejados.
En 1863 se reunieron los delegados del futbol en un afán de unificar reglamentos. No obstante, el resultado fue el opuesto y su deporte se escindió en definitiva en dos: por un lado, el rugby, partidario de usar manos y tacleadas; por otro, el futbol, desde ese día apodado soccer por la abreviatura de Association Rules. Cuando ya era inevitable el divorcio, un dirigente gritó enardecido que sin la virilidad del rugby como entrenamiento para los niños británicos, los franceses serían capaces de conquistar Inglaterra a la siguiente hostilidad (considérese que el expansionismo de Napoleón quedaba cerca en los tiempos a esa reunión).
Al paso del tiempo se acuñarían varias frases para ilustrar la diferencia de enfoque entre esas dos disciplinas. La más célebre, “el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros; el futbol es un juego de caballeros jugado por villanos”, aunque hay varias más, como “el futbol, donde los jugadores pasan el partido simulando que algo les duele sin que les haya pasado nada; el rugby, donde los jugadores pasan el partido simulando que nada les suele, cuando les ha pasado todo”.
Entre las tradiciones más entrañables del rugby está la del tercer tiempo o third half, que insta a los dos equipos a beber y cantar unidos tras el cotejo, rivalidad confinada a la cancha.
En resumen, que por mucho que el profesionalismo también le haya alcanzado y distorsionado, el rugby se aferra a sus bases y vive hoy demasiado atento a no futbolizarse. En el comportamiento de sus devotos en las gradas, sí, pero primero en el de sus gladiadores; no proyectar de ninguna forma el circo, amplio en especulación y marrullería, con el que el futbol se ha convertido en la actividad más practicada y adorada del planeta.
Un par de días atrás, el rugby padeció uno de esos momentos que tanto teme: en la eliminatoria europea para el Mundial, el árbitro perseguido violentamente por la selección española. Más allá de que la federación de este deporte pudo cometer un error al asignar al referee de un país que se vería beneficiado si los ibéricos perdían (como sucedió), queda una onda preocupación: que quizá en esta nueva etapa de su expansión, llegará un universo encandilado por el juego pero no por sus modales.
Ante la airada queja señalando al absurdo de que un árbitro rumano pudo ser factor para dar el pase a Rumania, una respuesta reitera la diferencia respecto al futbol: que en el pasado Mundial hubo hasta siete referees provenientes de un país que dependía en cierta medida de ese resultado. Insensato y hasta imprudente…, siempre que lo veamos bajo el prisma del futbol.
Twitter/albertolati
JNO