Tan atentos hemos estado a lo poco que han dicho los candidatos presidenciales y a la aberración de darle vía electoral al Bronco, que hemos pasado por alto el nivel bastante piñatón que han ofrecido los otros candidatos, los chilangos. Pensaba en esto mientras veía hace unos días el debate entre ellos conducido por Carlos Loret y pensaba en las notas que publiqué aquí la semana pasada, aplaudiendo algunos fichajes de Claudia Scheinbaum y celebrando que la Ciudad de México funcione con criterios excepcionales, firme en su progresismo y su respeto a las minorías.
Me mantengo en las albricias, pero por lo visto desde entonces la influencia de los fichajes en la candidata de Morena parece escasa. No estuvo fresca la doctora, ni sobre todo muy sustanciosa. Se atoró demasiadas veces en repetirle a su homólogo priista que va en tercer lugar para joder, y a cambio entró a trapo en un par de momentos con las provocaciones de Alejandra Barrales. Hizo una presentación de su política de seguridad pública, esquema en papel incluido, y contestó con evasivas o contraataques dudosos a preguntas pertinentes sobre, por ejemplo, la persistencia en Morena de figuras como Rigoberto Salgado.
Tampoco las tuvo consigo la candidata Barrales, machacona con que su rival morenista obedece a su jefe, AMLO, en vez de al pueblo bueno, llena de promesas vacías y evasivas y contraataques, igualmente, respecto a cuestionamientos sobre la eficacia y la integridad de la administración perredista. Además, toreó, de plano, cuando la interrogaron sobre las varias y no baratas propiedades que ha comprado. Poco más.
De Mikel Arriola ni hablar. Como Scheinbaum, el candidato del PRI deja ver que tiene datos en las manos, y esgrimió algunos con filo, articuladamente. Pero es de veras triste ver la tenacidad con que abraza esa tendencia ultraconservadora, por pragmatismo o lo que sea: la insistencia con los valores familiares, o desplantes que de veras no como preguntarle a la morenista si ha vuelto a fumar mota, pasen a hacer el favor.
Tal vez mejore el nivel de esos debates. Tal vez, como dije aquí con demasiado optimismo –o quizá demasiado chilangocentrismo–, la Ciudad de México pase de un inminente debate de altura a un gobierno de altura, progresista y eficaz, de vanguardia como suele decirse, y sea diferente a sus homólogas del resto del país. De momento, somos normalitos. La elección igual sirve como cura de humildad.