El Club Deportivo Guadalajara ha hecho lo que tenía que hacer en Tijuana: un harakiri que, aun siendo muy doloroso para su afición, resultaba por demás necesario: renunciar a jugar la liguilla, a cambio de afrontar la final del Mundial de Clubes a plenitud.
El tópico dice que aquel club que se diga grande ha de juzgar como fracaso todo torneo en el que no consiga el título, idea tan romántica como ilusa. Primero, por practicidad o, de acuerdo al refranero, por evitar quedar como el perro de las dos tortas: la historia prueba lo atípico que es reinar simultáneamente en certamen local y continental (incluso en Europa, con otros presupuestos). Segundo, por sentido común: la limitada amplitud del plantel chiva obligaba a elegir; puestos a ello, la decisión se tomó por sí sola con el terrible inicio de torneo mexicano para el Rebaño.
Dirán los más exigentes y los no tanto, que es penoso que el Guadalajara quede fuera de su segunda Liguilla consecutiva, que desde el título un año atrás no haya vuelto a la pelea por el título nacional. La respuesta a esa crítica sólo llegará en diez días, cuando concluya la final de la Conca-Champions: si se gana y consuma el pase al Mundial de Clubes, la afición rojiblanca no tendrá reproches, estará feliz.
Sí, se pretende aspirar a todo, no capitular en torneo alguno, ser ganadores siempre…, pero no olvidemos la realidad del equipo, lo que le cuesta competir con puros mexicanos, el valor que tendría esta corona internacional apenas un año después del doblete nacional.
Si a inicios de 2017 se hubiera prometido a los fieles rojiblancos que al cabo de año y medio levantarían Copa, Liga y Conca-Champions, todos hubieran (hubiéramos, me incluyo) aceptado esas conquistas asumiendo como daño colateral un par de liguillas desperdiciadas.
Por supuesto, el Toronto no es un rival menor y las últimas actuaciones del Guadalajara tampoco generan mucha confianza (la visita a Nueva York, más que a jugar, a hacerse concha en posición fetal, esperando que el juego terminara sin mayores daños). Es decir, que la gesta tampoco se logrará en automático por haber dosificado piernas y tirado toda perspectiva de Liga en Tijuana, aunque sí crece en posibilidad.
Si el Rebaño juega esta final como ha hecho en los mejores momentos de la gestión de Matías Almeyda, será campeón y estará en Emiratos Árabes Unidos a fin de año. Si lo hace un poco por debajo, no tendrá manera de contrarrestar al que es, con diferencia, el mejor equipo de la Major League Soccer, ese que ya echó fuera a Tigres y América.
En lo que llega la ida del martes, una noción es clara: sin dolor no hay harakiri, pero este harakiri no era opcional. El Rebaño tenía que elegir y, dadas las circunstancias, eligió perfecto. Ahora, tendrá que darse la razón derrotando al Toronto.
Twitter/albertolati