Gran Premio de China. Prueba intensa, entretenida, cambiante, con idas y vueltas, maniobras polémicas. Carrera inesperadamente gustosa.
Pequeños desastres se encadenan para formar una sucesión de eventos que, sin duda, le han cambiado la cara al campeonato.
Claro, es apenas el principio, pero no olvidemos que hace sólo unas semanas las discusiones giraban alrededor de falta de rebases, lo mal acostumbrados que están los pilotos, la carencia de elementos que apoyen a lo imprevisto, carreras lineales, en fin.
Para que exista la cuota del imprevisto tienen que existir pequeños cataclismos individuales. El primero fue el de Hamilton, que en su carrera más firme -porque la ganaba de todas- sufrió con las bajas temperaturas del sábado y le abrió la puerta a un Ferrari sólido, tanto que hasta Kimi se veía mejor.
Y el propio desastre de Ferrari que no trabajó la estrategia en el momento adecuado y recibió la contra de su buena suerte con el virtual safety car de Bahréin. De nada les sirvió sacrificar a Raikkonen, porque Bottas le arrebató a Vettel el primer lugar y hasta se dio el lujo de controlar al líder del campeonato.
Lo de Toro Rosso fue desastroso porque fueron una caricatura del equipo que logró su mejor resultado una semana antes. Calificaron pésimo, Gasly en su lucha desesperada se impactó con el compañero y ello desencadenó el Safety Car que ayudó al hermano mayor… Red Bull.
Catastrófico que en la escudería austriaca el piloto consentido no pare de cometer errores. Si bien Verstappen tuvo geniales aciertos como avanzar sobre un duro como Hamilton con maniobra sorpresiva y contundente, metros más adelante tiró todo por la borda.
A Vettel lo golpea de salida en un rebase cómodo, donde la responsabilidad fue haberse pasado en la frenada ante un auto y un piloto que iban ya francamente en modo conservador.
Verstappen lleva tres Grandes Premios con sobremanejo y errores costosos, el de China pudo ser un 1-2 histórico que Max dejó en el cesto de la basura, y quien tuvo que reprenderlo no fue su jefe, sino Vettel.
Las pequeñas tragedias de Kimi, Hamilton, Vettel, Bottas y Verstappen, no se comparaban con la que vivió Ricciardo 24 horas antes, en la tercera práctica cuando su motor estallaba como una bomba de tiempo.
No era solo instalar uno nuevo en tiempo récord, sino salir a calificar sin probarlo, y dejar el auto así hasta el domingo en que se corriera el Gran Premio.
Daniel cambió las cartas. Beneficiado por la estrategia, por neumáticos nuevos, fue despedazando a sus rivales en siete vueltas y se dio el lujo de cerrar la carrera imponiendo récord de pista. Se acomodó para ganar una carrera que a todos se les fue desacomodando poco a poco y nos regaló uno de los mejores momentos del campeonato.
Porque aunque las cosas lleguen a cambiar, como seguramente sucederá a favor de los equipos grandes más adelante, esta Fórmula 1 de ir y venir y de absoluta incertidumbre es la que queremos ver todos, sin excepción. El mensaje para los nuevos dueños está en la mesa, y aunque fue en China, no está en chino. Al contrario. Está en Racing, idioma universal.