Raúl Castro, quien tomó el timón para goberna Cuba en 2006, por la enfermendad de su hermano Fidel,
y emprendió reformas para garantizar la supervivencia de la Revolución pero sin tambalear sus cimientos comunistas, dejará el poder con una serie de pendientes económicos.
El pequeño de los Castro -confirmado presidente en 2008 y elegido primer secretario del Partido Comunista en 2011- impulsó cambios impensables en la era fidelista: apertura del sector privado frente a la economía centralizada, captación de inversión extranjera frente a nacionalización de empresas y la entrega en usufructo de tierras a campesinos frente a la expropiación latifundista.
El “cuentapropismo” -como se denomina al trabajo autónomo-, que se amplió en 2010 a más de 200 profesiones, modificó gradualmente el paisaje económico de la isla, donde brotaron negocios privados que escaseaban antes como cafeterías, restaurantes, hostales, salones de belleza o gimnasios.
La apertura del sector privado pretendía reducir las abultadas plantillas de las empresas estatales, con salarios medios de 20 dólares mensuales, insuficientes para afrontar el alto precio de los productos básicos en Cuba, donde el nivel de vida se encareció aún más con la oleada de turistas que desató el deshielo con EU en 2014.
Al calor del “cuentapropismo”, que creó empleos con un nivel salarial más alto, germinó una especie de clase media que comenzó a dejarse ver en restaurantes, hoteles o gimnasios de pago en divisas en los que en el pasado solo se veía a extranjeros.
La aparición de esos emprendedores, que ya superan el medio millón, contribuyó modestamente a dinamizar una economía anquilosada por décadas de centralismo comunista, pero también puso en evidencia unas desigualdades sociales que, aunque siempre habían existido, se tornaron más visibles en la Cuba revolucionaria que persiguió la utopía igualitaria.
Otro de los cambios más significativos de las reformas “raulistas” fue la apertura de la rígida economía centralizada al capital foráneo: una nueva Ley de Inversión Extranjera, aprobada en 2014, o el megaproyecto de la Zona Especial de Desarrollo del Mariel (ZEDM) fueron las iniciativas estrella de Cuba para ese fin, pero los proyectos han avanzado de manera lenta.
En los últimos años del mandato de Raúl Castro, el turismo se convirtió en la fuente de ingresos más estable, sobre todo debido a la caída de la exportación de servicios profesionales, principalmente médicos a Venezuela y Brasil.
A pesar de las reformas, Raúl Castro deja una Cuba en crítica situación económica -la economía repuntó un tímido 1,6 % en 2017 tras haber entrado el año anterior en recesión por primera vez en 23 años- arrastrada por la grave crisis en Venezuela, su principal socio comercial y aliado político desde 2003.
Desde entonces, Cuba recibía a cambio del envío de médicos y maestros más de 100 mil barriles de crudo diarios, un flujo que empezó a cortarse en 2016 hasta reducirse a menos de la mitad, lo que ocasionó a la isla graves problemas de suministro de petróleo, que tuvo que adquirir en los mercados internacionales.
En el plano social, Raúl suavizó restricciones que agobiaron a los cubanos por décadas como la posibilidad de los viajes al exterior o la compraventa de coches y casas.
La vida del cubano experimentó un cambio importante con la reforma migratoria del 2013, que permitió que miles de residentes de la isla salier del país.
La posibilidad de adquirir coche y vivienda, entrar en hoteles que antes solo admitían extranjeros o conectarse a internet -todavía con muchas limitaciones y a precios elevados- también alivió parte de la presión que los cubanos afrontaban en el día a día.
Con todo, debido a los bajos salarios y las dificultades económicas que todavía atraviesan muchas familias, las reformas no lograron sacar a miles de familias de la pobreza, ni frenaron el éxodo de cubanos, especialmente a Estados Unidos, alentados por los beneficios migratorios que mantuvieron hasta enero de 2017.
Xavier Rodríguez
JNO