Por primera vez en al menos tres décadas, los mejores futbolistas africanos no pertenecen a la cara subsahariana del continente, sino al extremo norte y árabe, tan diferente en todo sentido al mucho más amplio en cantidad de países centro y sur.
Mohammed Salah, estrella egipcia del Liverpool, ha arrasado en las votaciones al jugador del año en la Premier League inglesa, algo que apenas en 2016 consiguiera el franco-argelino Riyad Mahrez.
Es decir, que el corazón del futbol en este continente, vuelve a desplazarse hacia la costa mediterránea, alejándose del sur. Ni Camerún, ni Nigeria, ni Costa de Marfil, ni Ghana, poseen hoy una figura de esa magnitud. De hecho, me atrevo a decir que en toda la historia del futbol africano, no se han visto más de cinco cracks con la perspectiva de carrera que se le intuye a Salah. Pensemos en George Weah, Didier Drogba, Samuel Eto´o, Abedi Pelé o algunos más, rutilantes entre los noventa y los primeros dosmiles.
Antes de ellos, sí, la técnica del África árabe destacó más que la potencia del África negra: Rabah Madjer con Argelia, si se desea incluso las glorias francesas Zinedine Zidane y Just Fontaine (el primero de padres argelinos, el segundo nacido en Marruecos), o antes aquel marroquí que brilló en el Atlético de Madrid, Larbi Benbarek.
¿Qué hace tan especial a Salah? En sentido estrictamente deportivo, velocidad, técnica, contundencia, inteligencia, recursos, carácter, elegancia. En términos mediáticos, que una figura árabe y musulmana es imán para millones de aficionados, habituados a venerar a estrellas que les quedan lejos en cultura y ubicación.
Por ello no es raro que el Real Madrid esté deseando contratar a Salah. Por ello estas semifinales de Champions, con el Liverpool de Mohammed enfrentando a la Roma, tiende a muy elevadas audiencias en varios países de la costa sur del Mediterráneo y en el Medio Oriente. Por ello y también porque cuando más polarizado parece el mundo, especie de choque de civilizaciones, emerge ese muchacho como especie de puente: fiel al origen, orgulloso egipcio, célebre al haber portado el número 74 en la Fiorentina para honrar la memoria de los 74 muertos en la Tragedia de Puerto Said (cuando las fuerzas pro-Hosni Mubarak se vengaron del apoyo del club Al-Ahly al derrocamiento del dictador), devoto musulmán al que la grada del Liverpool le canta que si continúa anotando se convertirá al Islam, sabe pertenecer con armonía a dos mundos que, con un poco de tolerancia, tendrían que ser el mismo.
África, no tan constante en su producción de astros del balón, hoy se recarga en él. Un título de Champions con Salah como estelar, le pondrá en automático y así de joven, en la senda de las máximas figuras futbolísticas que haya tenido el continente. Ahí quedaría rodeado de una marcada mayoría de cracks provenientes de la otra África, esa que inicia al sur del Sahara.
Twitter/albertolati